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miércoles, 18 de septiembre de 2013

El aguila y la asamblea de los animales

Todos los animales cada instante
Se quejaban a Júpiter tonante
De la misma manera
Que si fuese un alcalde de montera.
El Dios, y con razón, amostazado
Viéndose importunado,
Por dar fin de una vez a las querellas,
En lugar de sus rayos y centellas,
De receptor envía desde el cielo
Al Águila rapante, que de un vuelo
En la tierra juntó los animales
Y expusieron en suma cosas tales.
Pidió el león la astucia del raposo,
Este de aquél lo fuerte y valeroso;
Envidia la paloma al gallo fiero,
El gallo a la paloma lo ligero.
Quiere el sabueso patas más felices,
Y cuenta como nada sus narices.
El galgo lo contrario solicita;
Y en fin, cosa inaudita,
Los peces, de las ondas ya cansados,
Quieren probar los bosques y los prados;
Y las bestias, dejando sus lugares,
Surcar las olas de los anchos mares.
Después de oírlo todo,
El Águila concluye de éste modo:
«¿Tes, maldita caterva impertinente,
Que entre tanto viviente
De uno y otro elemento,
Pues nadie está contenta,
No se encuentra feliz ningún destino?
Pues ¿para qué envidiar el del vecino?»
Con sólo este discurso,
Aun el bruto mayor de aquel concurso
Se dio por convencido.

De modo que es sabido
Que ya sólo se matan los humanos
En envidiar la suerte a sus hermanos.

1.023.5 Esopo, 

Un ratón, una comadreja y una gata

Aquella mañana el ratoncito no podía salir de su casa: estaba cercado.
Una comadreja hambrienta estaba al acecho y él, por una pequeña rendija, la veía cómo vigilaba con atención la entrada, pronta a saltarle encima.
El pobre ratoncito, sabiendo el peligro que corría, temblaba de miedo.
Pero una gata, cayendo de improviso sobre el lomo de la coma-dreja, la apresó entre sus dientes y la devoró.
-¡Oh, Júpiter, te doy las gracias! -suspiró el ratoncito, que desde su agujero había asistido a la escena. ¡Y te sacrificaré con placer algunas de mis avellanas !
Así, una vez hecho el devoto sacrificio, salió afuera muy alegre por haber encontrado la libertad perdida; pero sólo le duró un segundo porque el pobrecillo la perdió al instante, junto con su vida, entre los dientes feroces de la gata.

Es muy arriesgado confiar en la amistad de quien demuestra enemistad hacia un enemigo nuestro; las más de las veces demos correr la misma suerte que el enemigo derrotado.

(de Fábulas, Atl. 67 v. a.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

Los tordos y la lechuza

-¡Somos libres! ¡Somos libres! -gritaron un día los tordos, viendo que el hombre había capturado una lechuza.
-Ahora la lechuza ya no nos atemorizará. Ahora dormiremos tranquilos.
La lechuza, efectivamente, había caído en una trampa y el hombre la había encerrado en una jaula.
-Vamos a ver a la lechuza en su cárcel -decían los tordos, volando y cantando en torno a la jaula de su enemiga.
Pero el hombre había capturado a la lechuza con otro fin: hacerse con los tordos. Así la lechuza pronto se alió con su vencedor, el cual, después de atarla por una pata, la colocaba diariamente sobre un palo. Los tordos, para ver a, se amontonaban en los árboles vecinos, donde el hombre había escondido sus cañas untadas de liga. Y los tordos, además de perder la libertad como la lechuza, perdieron la vida.

Esta fábula está dedicada a todos aquellos que se alegran cuando alguien que es más que ellos y está sobre ellos pierde la libertad. Porque el vencido, cuando es importante, se vuelve pronto aliado e instrumento del vencedor, mientras que todos los otros que antes dependían de él, caen en poder de un nuevo dueño, y junto con la libertad, pierden muchas veces hasta la vida.

(de Fábulas, Atl.117 r. b.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

Leyenda del vino y de mahoma

El vino, el divino zumo de la uva, fue vertido un día en una magnífica copa de oro sobre la mesa de Mahoma.
-¡Oh, qué honor! -pensó el vino. ¡Qué gloria para mí encontrarme en la mesa de Mahoma!
Mas de pronto, asaltado por el pensamiento contrario, se dijo:
-Pero, ¡qué honor ni qué gloria! ¿De qué cosa me alegro? Nada de esto es verdad. ¿Qué hago yo aquí? He venido a morir, a dejar mi bella casa, esta magnífica copa de oro, para entrar en la fea y fétida caverna del cuerpo humano. Y cuando ya esté allí, mi zumo suave y perfumado se transformará en una horrible y apestosa orina. Y como si esta desdicha no bastase -continuó el vino- iré a parar a un pozo negro, y allí tendré que estar mucho tiempo junto a esa otra materia pestilente salida de los intestinos. ¡Oh, cielo -gritó entonces desesperado, pido justicia, pido venganza por tanto daño! ¡No es justo que continúe este desprecio por mi ser! ¡Júpiter, padre Júpiter! -suplicó, ya que esta tierra produce la uva más bella y buena del mundo, haz que nunca sea transformada en vino.
Júpiter lo oyó y decidió atender su plegaria.
Entonces, cuando Mahoma bebió de la copa de oro, Júpiter le hizo subir a la cabeza todos los vapores del vino, embriagándolo. Debido a la borrachera, Mahoma se portó como un loco, cometiendo disparate tras disparate; y cuando al fin volvió en sí, dictó una ley que para siempre prohibía a todos sus súbditos beber vino.

Desde entonces, la vid vive tranquila con su dulce fruto.

(de Fábulas, Atl. 67 r. b.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

Las llamas y el caldero

En medio de la ceniza tibia había quedado un tizón todavía encendido. Lentamente y con mucha parsimonia iba consumiendo sus últimas energías, nutriéndose con el mínimo indispensable para no morir.
Pero llegó la hora de poner la sopa al fuego, y la hoguera fue avivada con nueva leña. Una cerilla, con su pequeña llama, resucitó al tizón que parecía apagado ya y una lengua de fuego se deslizó entre la leña sobre la que estaba puesto el caldero.
Alegrándose con los troncos bien secos que le habían puesto encima, el fuego comenzó a levantarse, expulsando el aire ador-mecido entre un leño y otro; y jugando con la nueva leña, y divirtiéndose en correr arriba y abajo, como tejedor de sí mismo, se alargaba cada vez más.
Comenzó, entonces, a hacer despuntar sus lenguas fuera de la leña, abriendo en ella muchas ventanas desde las que lanzaba puñados de centelleantes chispas; las tinieblas que invadían la cocina se alejaron, huyendo; mientras, cada vez más alegres, las llamas crecían bromeando con el aire circundante, y empezaron a cantar con un crepitar suave y dulce.
El fuego, viéndose ya tan crecido sobre la leña, empezó a cambiar su ánimo, manso y tranquilo casi siempre, por una engolada y antipática soberbia, haciéndose la ilusión de ser él quien atraía sobre aquellos pocos leños el don de la llama.
Se puso a soplar, a llenar de explosiones y chispas todo el hogar; dirigió sus grandes llamaradas hacia lo alto, decidido a partir en un vuelo sublime... y terminó chocando con la negra base del caldero.

Hay que refrenar hasta un nivel conveniente el ímpetu de nuestras acciones y el techo de nuestras aspiraciones; de otro modo nos exponemos a sumirnos en el negro pozo de la frustación.

(de Fábulas, Atl.116 v. b.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La zarza

La pobre zarza no podía más. Ahora que sus ramas estaban nuevamente cargadas de negras bayas, los mirlos importunos e impertinentes hurgaban con el pico y con las patas todas sus ramitas.
-¡Por favor -suplicó la zarza dirigiéndose a la mirla más fastidiosa, déjame al menos las hojas! Mis zarzamoras, lo sé, te gustan mucho, son tus frutos preferidos; pero no me prives de la sombra de las hojas, que me defienden de los rayos abrasadores del sol, y no me descorteces con tus uñas, no me despojes de mi tierna corteza.
La mirla, ofendida por estas palabras, respondió:
-¡Calla, salvaje zarza! ¿No sabes que la naturaleza te ha hecho criar estos frutos solamente para mi alimento? ¿No ves que has nacido solamente para darme de comer? ¿No sabes, villana de las malezas, que el próximo invierno servirás sólo para alimentar el fuego?
La zarza, al oír estas palabras, comenzó a llorar en silencio.
Poco tiempo después, la mirla insolente cayó en la red tendida por el hombre. Para encerrar al pájaro en una jaula, el hombre cortó muchas ramitas del seto y tocó hasta a la misma zarza dar las suyas.
-¡Oh, mirla -dijo entonces la zarza, yo estoy todavía aquí, y mis ramitas te quitan la libertad con la que tú me atormentabas! Yo aún no estoy consumida por el fuego, como tú me decías, y antes de que tú me veas quemada, yo te veré al fin en prisión

(de Fábulas, Atl. 67 r. a.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La red

También aquel día la red salió llena de peces. Carpas, barbos, lampreas, tencas, albures, anguilas y tantos otros terminaron en el cesto del pescador.
Debajo, dentro del agua del río, los supervivientes, asombrados y aterrados, no se atrevían a moverse. Familias enteras ya estaban depositadas en el mercado, bancos enteros habían caído en las redes y terminado en la sartén. ¿Qué harían?
Algunas jóvenes brecas de río se reunieron detrás de unas piedras y decidieron rebelarse.
-Es cuestión de vida o muerte -dijeron. Esta red que cada día desciende al agua y siempre en lugar distinto, para aprisionarnos y arrancarnos de nuestro elemento, despoblará el río exterminándonos a todos. Y nuestros hijos tienen derecho a vivir y nosotros debemos hacer lo que sea para salvarlos de esta tragedia.
-¿Y qué cosa se puede hacer? -preguntó una tenca que había seguido a los conjurados.
-Destruir la red -contestaron juntas las jóvenes brecas.
La valiente decisión, confiada a las inquietas anguilas, corrió rápidamente a lo largo del río, invitando a todos los peces a reunirse la mañana siguiente en un remanso protegido por grandes sauces.
Al día siguiente, millares de peces, de todos los tamaños y todas las edades, se dieron cita para declarar la guerra a la red.
La dirección de la operación fue confiada a una vieja y astuta carpa, que ya había conseguido librarse dos veces de la prisión despedazando con los dientes las mallas de la red.
-Estad bien atentos -dijo la carpa, la red es tan larga como el ancho del río y cada malla, en el lado de abajo, tiene un plomo que la retiene en el fondo. Dividíos en dos grupos: un grupo levantará los plomos, trayéndolos a la superficie; el otro grupo sujetará firme-mente la red por la parte superior. Las lampreas cortarán con los dientes las cuerdas que mantienen tensa la red entre las dos orillas. Que las anguilas vayan inmediatamente de reconocimiento para indagar el sitio donde han lanzado la red.
Partieron las anguilas. Los peces, reunidos en grupos, se colocaron a lo largo de la orilla. Las brecas empujaban a los más tímidos, recordándoles el triste fin de muchos compañeros, y les exhortaban a no tener miedo si quedaban prendidos en la red porque ningún hombre podría ya sacarla a la orilla.
Las anguilas exploradoras volvieron. La red estaba hundida y se encontraba a una milla de distancia.
Entonces, todos los peces, como una inmensa flota, se pusieron a navegar detrás de la vieja carpa.
-Atención -dijo la carpa, la corriente podría arrastrarnos a la red: aguantad, maniobrando bien.
Y la red, gris, siniestra, apareció...
Los peces, presos de imprevisto furor, comenzaron el ataque.
La red fue alzada del fondo, las cuerdas que la sujetaban fueron rotas, las mallas destrozadas; pero los peces, furiosos, no soltaron la presa. Cada uno con su pedazo de red en la boca, agitando las aletas y la cola, tiraron en todos los sentidos, para destrozar y romper la red, encontrando así, en el agua que parecía hervir, la libertad perdida.

No hay pueblos sojuzgados y temerosos, sino pueblos sin obje-tivos, ni esperanza, ni líderes a quienes seguir.

(de Fábulas, Ar. 42 v.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La pulga y el carnero

Una pulga, que vivía en el pelo raído de un perro, sintió un día el buen olor de la lana.
-¿Qué sucede?
Dio un saltito y se percató de que su perro se había dormido sobre la piel de un carnero.
-Esta pelliza es justamente lo que necesito -dijo la pulga. Es más gruesa y flexible, y sobre todo más segura. Aquí no hay peligro de encontrarse con las uñas y los dientes del perro, que de cuando en cuando se ponen a buscarme. Y la piel del carnero seguramente será más dulce.
Así, sin pensarlo demasiado, la pulga cambió de domicilio, pasando de un salto del pelo del perro a la piel del carnero.
Pero la lana era espesa, tan espesa y gruesa, que no era fácil llegar hasta la piel.
Prueba que te prueba, separando con paciencia un pelo tras otro y abriéndose con fatiga un caminillo, la pulga llegó al fin a las raíces de los pelos; pero éstas eran tan finas y estaban tan apretadas, que no dejaban a la pulga ni siquiera un respiradero para poder gustar la piel.
Rendida, sudando y desilusionada, la pulga se resignó a volver a su perro. Pero el perro ya se había marchado.
¡Pobre pulga! Apesadumbrada por el error cometido, lloró días y días y murió de hambre sobre la gruesa pelliza del carnero.

Pocas veces podemos volvernos atrás de los errores cometidos. No aprovechar por falta de visión la oportunidad que se nos presenta puede cortarnos para siempre las alas de nuestra superación, mas el camino que tomamos irreflexivamente puede llevarnos a una sima de la que jamás logremos escapar.

(de Fábulas, Atl. 119 r. a.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La planta y el palo

Una planta, que crecía orgullosa levantando al cielo su penacho de tiernas hojas, apenas soportaba junto a ella la presencia de un palo derecho, seco y viejo.
-Palo, te tengo demasiado cerca. ¿No podrías irte un poco más allá?
El palo, fingiendo no escucharla, no le respondió.
Entonces la planta se dirigió al seto de zarzas que la rodeaba.
-Seto, ¿no podrías marcharte a cualquier otro sitio? Me molestas.
El seto, fingiendo no escucharla, no le respondió.
-Bella planta -le dijo entonces un lagarto, levantando la cabecita y mirándola de abajo arriba, ¿pero no ves que el palo te hace estar derecha? ¿No recuerdas que el seto te defiende de las malas compañías?

Debemos ser prontos en demostrar nuestro agradecimiento por la ayuda que se nos presta, porque es flaco consuelo reconocer los méritos y servicios cuando faltan de nuestro lado quienes nos auxiliaron.

(de Fábulas, Fo. III. 47 v.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La piedra y el camino

Erase una vez una piedra bella y grande, a la que durante largo tiempo lamió el agua. Después el agua se retiró, la piedra quedó al descubierto en un lugar más bien alto, justo donde terminaba un bosquecillo umbroso. Desde allí, dominaba el camino pedregoso que corría bajo ella y le hacían compañía muchas frescas y aromáticas hierbecillas salpicadas de flores.
Una día, mirando el camino, sobre el que habían arrojado muchos guijarros para endurecerlo, le vinieron deseos de dejarse caer en él.
-¿Qué hago aquí arriba, en esta hierba? Yo quiero vivir con mis hermanas: me parece más justo.
Y así diciendo, la piedra se movió, rodando hasta abajo, termi-nando su rápido recorrido justo en medio de los guijarros cuya compañía tanto deseaba.
Por el camino pasaba de todo: carros con las ruedas recubiertas de hierro, caballos pateadores, campesinos con botas claveteadas, rebaños; así, la hermosa piedra se encontró de pronto en apuros: uno la golpeaba, otro la pisaba, aquél le arrancaba una esquirla; a veces estaba sucia de barro, otras veces emporcada por el estiércol de los animales.
Mirando hacia arriba, hacia el sitio de donde partió, la piedra suspiraba, llorando por aquella soledad y deseando, pero ya en vano, la paz tranquila de antaño.

Esta fábula va dirigida a aquellos que del campo, donde pueden vivir en paz, en el verdor y el silencio, se van ciegamente a la ciudad, a mezclarse con gentes llenas de males infinitos.

(de Fábulas, Atl.175 v. a.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La parra y el árbol viejo

Una parra, para sentirse más segura, había trepado a un árbol viejo. Sus compañeras, que se habían subido por los palos plantados expresamente por los campesinos, le decían:
-Pero, ¿por qué has elegido para sostén tuyo un árbol viejo? Y si muere, ¿qué harás?
La parra, convencida y contenta con su elección, no se preocupaba de sus compañeras. Cada día se apretaba más contra el viejo tronco, segura de sobrevivir a todas las parras del viñedo.
Pero el árbol llevaba a cuestas muchos años; era tan viejo que ya no podía serlo más. Vacilaba con cada golpe de viento, y muchas de sus ramas ya estaban secas; hasta que un día, con gran estruendo, se abatió cuan largo era en el campo. La parra, que seguía abrazada al viejo árbol, rodó con él por tierra y murió aplastada bajo el tronco.

Imitar a los demás en su actuación lleva ímplicito el peligro de adocenarse y caer en la vulgaridad; pero abrir caminos nuevos es un derecho que se otroga sólo a los más capacitados.

(de Fábulas, Ar. 42 v.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La ostra y el raton

Una ostra se encontro junto a otros peces, en la casa de un pescador, poco distante del mar.
"Aquí moriremos todos", pensó la ostra mirando a sus compañeros, que jadeaban esparcidos por el suelo.
Pasó un ratón.
-Ratón, ¡escucha! -dijo la ostra; ¿me llevarías, por favor, hasta el mar?
El ratón la miró: era una ostra hermosa y grande, y debía de tener una rica y sustanciosa pulpa.
-Claro que sí -contestó el ratón, que había ya decidido comérsela, pero tienes que abrirte un poco, porque no puedo llevarte cerrada.
La ostra se entreabrió con cautela, y el ratón, rápido, metió el hocico para morderla. Pero, con la prisa, el ratón la movió demasiado, y la ostra se cerró de improviso, aprisionando la cabeza del roedor. El ratón chilló. La gata lo oyó. Llegó de un salto y se lo comió.

La seguridad en uno mismo y en nuestros actos es premisa irremplazable para emprender acciones peligrosas para la propia integridad. En su defecto, el fracaso es poco menos que seguro.

(de Fábulas, H. 51 v.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La nuez y el campanario

Una corneja cogió una nuez y la llevó a la punta de un alto campanario. Sosteniendo la nuez con las patas, el pájaro la empezó a picotear para abrirla; pero, de pronto, la nuez rodó y desapareció en una hendidura de la pared.
-¡Pared, buena pared -suplicó entonces la nuez al verse liberada del pico mortífero de la corneja, en nombre de Dios, que ha sido tan bueno contigo haciéndote tan sólida y alta, rica en hermosas campanas que suenan tan bien, socórreme, ten compasión de mí! Yo estaba destinada a caer bajo las ramas de mi viejo padre -continuó- para descansar sobre la tierra fértil cubierta de hojas amarillas. ¡No me abandones, te lo suplico! Cuando estaba en el pico de la feroz corneja hice un voto: si Dios me concede escaparme de ella, prometo terminar el resto de mis días en cualquier rincón.
Las campanas, con un leve murmullo, advirtieron a la pared del campanario que fuera con cuidado, porque la nuez podía ser peligrosa; pero la pared, movida a compasión, decidió hospedarla, permitiendo que se quedase donde había caído.
Sin embargo, en poco tiempo, la nuez comenzó a abrirse y a echar raíces entre las grietas de las piedras; después las raíces crecieron, alargándose entre las piedras mientras las ramas asoma-ban fuera del agujero; y crecieron las ramas y se robustecieron y se alzaron hasta el campanario, y las raíces, gruesas y retorcías, comenzaron a abatir la pared, derribando las viejas piedras.
La pared se dio cuenta demasiado tarde de que la humildad de la nuez y su voto de quedarse arrinconada no fueron sinceros, y se arrepintió de no haber escuchado el sabio consejo de las campanas.
El nogal continuaba creciendo, fuerte e indiferente, y la pared, la pobre pared, seguía desplomándose.

No debemos depositar nuestra confianza en quienes no la merecen; además del disgusto que nos cause ver burlada nuestra buena fe, podemos incluso hacer tambalear los cimientos de nuestra propia seguridad.

(de Fábulas, Atl. 67 r. a.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La nieve

Sobre la cumbre de una altísima montaña había una peña; sobre la cima de aquella peña había, una vez, un poco de nieve.
Mirando en torno, aquella nieve empezó a fantasear, diciéndose:
-Seguro que dirán que soy presuntuosa y soberbia, y me lo merezco. ¿Será posible que un montoncito de nieve, un copo de nieve como yo, esté aquí arriba, en un lugar tan elevado, soportando, sin ninguna vergüenza, que toda aquella nieve que se puede ver mirando desde esta montaña esté en cambio más baja? Un copo de nieve no merece esta sublime altura, y es justo que también yo, para convencerme mejor de mi pequeñez, reciba del sol el mismo trato que diera ayer a los otros copos, mis compañeros: los destruyó con una sola mirada. Y todo porque también ellos se habían puesto más alto de lo que debieran. Pero yo quiero evitar la justicia del sol, quiero descender a un lugar más conveniente a mi propio tamaño.
Y así diciendo, el copo de nieve, entumecido de frío, se arrojó de la peña y bajó rodando desde la altísima cumbre del monte. Pero cuanto más descendía, más aumentaba su tamaño. Aquel copo de nieve se volvió pronto una gran bola, transformándose, al seguir rodando, en una avalancha. Su carrera, al fin, terminó sobre una colina, y la avalancha era tan grande como la colina que la retenía.
Así, durante el verano, aquella nieve fue la última en derretirse al sol.

Enseñanza de esta fábula: los que se humillan serán ensalzados.

(de Fábulas, Atl. 67 v.b.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La navaja de afeitar

Había una vez, en una barbería, una bella navaja de afeitar. Un día en que no había nadie pensó echar una mirada a su alrededor y, sacando la hoja del mango en donde reposaba como en una vaina, se dedicó a gozar del hermoso día de primavera.
Al ver el sol reflejarse en su cuerpo, la navaja quedó sorprendida y maravillada: la hoja de acero lanzaba tales resplandores que de pronto, en un rapto de orgullo, se dijo:
-¿Y he de volver yo a aquella barbería de la que acabo de salir? De ninguna manera. Los dioses no quieren que una belleza como la mía se envilezca de ese modo. Sería una locura permanecer allí afeitando la barba enjabonada de tantos rústicos villanos, repitiendo hasta el infinito la misma mecánica operación. ¿Mi hermoso cuerpo está acaso conforme con semejante ejercicio? ¡No, por cierto! Conque corro a esconderme en cualquier lugar secreto, para poder gozar tranquila el resto de mis días.
Y así diciendo, la navaja buscó un escondite, y se ocultó.
Pasaron los meses. Un día, deseando tomar el aire, dejó su refugio y, saliendo cautelosamente de su vaina, se contempló.
-¡Ay de mí! ¿Qué me ha sucedido?
La hoja se había oxidado y ya no reflejaba los fulgores del sol.
La navaja, amargada y arrepentida, se lamentó diciendo:
-¡Oh, cuánto mejor era emplear mi bella hoja afilada afeitando las barbas enjabonadas! Mi superficie habría permanecido resplandeciente, y mi filo siempre cortante, sutil. ¡En cambio, heme aquí corroída y picada por la más fea herrumbre! ¡Y sin remedio!

El mismo horrible final de la navaja está reservado a las personas de ingenio que en vez de ejercitarse en la virtud prefieren entregarse al ocio. Y al igual que la navaja de afeitar, pierden la finura y la luz de la inteligencia y pronto las corroe el moho de la ignorancia.

(de Fábulas, Atl.175 v. a.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La mona y el pajarito

Un día una monita joven, saltando de rama en rama, vio un nido lleno de pajaritos. Muy contenta, se acercó y alargó una mano para cogerlos; pero ellos, que ya sabían volar, huyeron, dejando en el nido solamente al más pequeño.
Alegre como unas pascuas, la monita volvió a casa con el pajarito; y tanto le gustaba que se puso a acariciarlo, a besarlo, a estrecharlo contra su pecho. Su madre la miraba sin decir nada.
-¡Qué lindo es! -gritaba la monita. ¡Cuánto le quiero!
Y siguió besándolo, y apretándolo tanto contra sí que le quitó la vida.

Esta fábula va dirigida a aquellos que no saben castigar a sus propios hijos.

(de Fábulas, Atl. 67 r. a.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La mariposa y la luz

Una gran mariposa multicolor y vagabunda volaba una noche en la oscuridad cuando vio a lo lejos una lucecita. Inmediatamente torció en aquella dirección y, cuando estuvo cerca de la llama, se puso a girar ágilmente en torno de ella, mirándola maravillada. ¡Qué hermosa era!
No contenta con admirarla, la mariposa comenzó a pensar que con ella podía hacer lo mismo. que con las flores olorosas. Se alejó, dio la vuelta y, dirigiendo valerosamente su vuelo hacia la llema, pasó volado por encima de ella.
Se encontró, aturdida, al pie de la luz, y se dio cuenta, asom-brada, de que le faltaba una pata y las puntas de las alas se le habían chamuscado.
-¿Qué me ha sucedido? -se preguntó, sin encontrar explicación. De ningún modo podía admitir que de una cosa tan bella como una llama pudiese venir ningún daño; así que, después de haber recuperado algo las fuerzas, de un aletazo emprendió e vuelo.
Revoloteó unos instantes y de nuevo se dirigió hacia la llama para posársele encima. Pero en seguida cayó, abrasada, en el aceite que alimentaba la vida de la llama.
-Maldita luz -murmuró la mariposa al borde de la muerte. Creí encontrar en ti mi felicidad, y en lugar de ella he hallado la muerte. Lloro por mi loco deseo, porque he conocido demasiado tarde, y para daño mío, tu naturaleza peligrosa.
-¡Pobre mariposa! -respondió la luz. Yo no soy el sol, como ingenua creíste. Yo sólo soy una llama; y el que no sabe usarme con prudencia se quema.

El que elige sus ídolos sin reparar en su peana de barro, puede verse arrastrado en su caída cuando aquéllos, tarde o temprano, se desplomen.

(de Fábulas, Atl. 275 r. b. - Atl. 67 x. a.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La llama

Desde hacía más de un mes, en el horno de la vidriería donde hacían las botellas y los vasos, las llamas chisporroteaban.
Un día vieron una vela, sobre un hermoso candelabro brillante, que se acercaba hacia ellas. Pronto, con gran ansiedad, se esforzaron por acercarse a aquella dulce llamita.
Una especialmente, escabulléndose del tizón que la alimentaba, volvió la espalda al horno y pasando por una rendija se lanzó sobre la vela, devorándola ávidamente.
Pero al hacerlo, la voraz llama consumió pronto hasta su fin a la pobre vela; y de ahí que, no queriendo morir con ella, tratara de volver al horno de donde había huido.
Pero no consiguió librarse de la blandura de la cera, y en vano pidió ayuda a las otras llamas.
Llorando y gritando se transformó en fastidioso humo, dejando a sus hermanas en los esplendores de una vida larga y bella.

El afán de superación, cuando no radica en razones ilusorias, es digno de alabanza; pero la reflexión previa y la seguridad de recuperar, en caso necesario, la posición que antes se ocupaba, son precauciones siempre aconsejables.

(de Fábulas, Atl. 67 r, b.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La lengua mordida por los dientes

Erase una vez un muchacho que tenía el vicio de hablar más de la cuenta.
-¡Qué lengua! -suspiraron un día los dientes. ¡Nunca se está quieta, jamás está callada!
-¿Qué estáis ahí murmurando? -replicó la lengua con arrogancia. Vosotros, los dientes, no sois más que los siervos encargados únicamente de masticar lo que yo elijo. Entre nosotros no hay nada en común y no os permito meteros en mis asuntos.
Así el muchacho continuaba parloteando cosas que no venían a cuento, mientras la lengua, feliz, conocía diariamente palabras nuevas.
Pero un día el muchacho, después de haber hecho una necedad, permitió a la lengua decir una gran mentira. Y los dientes, obedecierido al corazón, se dispararon todos a la vez, mordiéndosela.
Y la lengua enrojeció de sangre, y el muchacho, arrepentido, enrojeció de vergüenza.
Desde aquel día la lengua se volvió temerosa y prudente, y antes de hablar lo pensaba dos veces.

(de Fábulas, Atl. 67 v. a.)


1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La hormiga y el grano de trigo

Un grano de trigo se quedó solo en el campo después de la siega, esperando la lluvia para poder esconderse bajo el terrón.
Una hormiga lo vio, se lo echó a la espalda y entre grandes fatigas se dirigió hacia el lejano hormiguero.
Camina que te camina, el grano de trigo parecía cada vez más pesado sobre la espalda cansada de la hormiga.
-¿Por qué no me dejas tranquilo? -dijo el grano de trigo.
La hormiga respondió:
-Si te dejo tranquilo no tendremos provisiones para el invierno. Somos tantas, nosotras las hormigas, que cada una debe llevar a la despensa el alimento que logre encontrar.
-Pero yo no estoy hecho para ser comido -siguió el grano de trigo. Yo soy una semilla llena de vida, y mi destino es el de hacer crecer una planta. Escúchame, hagamos un trato.
La hormiga, contenta de descansar un poco, dejó en el suelo la semilla y preguntó:
-¿Qué trato?
-Si tú me dejas aquí, en mi campo -dijo el grano de trigo, renunciando a llevarme a tu casa, yo, dentro de un año, te daré cien granos de trigo iguales que yo.
La hormiga lo miró con aire de incredulidad.
-Sí, querida hormiga, puedes creer lo que te digo. Si hoy renuncias a mí, yo te daré cien granos como yo, te regalaré cien granos de trigo para tu nido.
La hormiga pensó:
-¡Cien granos a cambio de uno solo...! ¡Es un milagro!
-¿Y cómo harás? -preguntó al grano de trigo.
-Es un misterio -respondió el grano. Es el misterio de la vida. Excava una pequeña fosa, entiérrame en ella y vuelve así que pase un año.
Un año después volvió la hormiga.
El grano de trigo había mantenido su promesa.

(de Fábulas, Atl. 67 v. b.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

La higuera

Había una vez una higuera que no daba frutos. Todos pasaban a su vera, pero ninguno la miraba.
En primavera le brotaban las hojas, pero en verano, cuando los demás árboles se cargaban de frutos, en sus ramas no aparecía ninguno.
-Me gustaría tanto ser elogiada por los hombres -suspiraba la higuera. Bastaría con que fructificase como los otros árboles.
Probando y volviendo a probar, finalmente, un verano, se encontró también ella colmada de frutos. El sol los hizo crecer, los llenó, les dio un dulce sabor.
Los hombres repararon en ello. Nunca habían visto una higuera tan cargada de frutos. Y pronto apostaron a ver quién cogía más. Se encaramaron por el tronco, con palos doblaron las ramas más altas, y muchas se partieron con su peso: todos querían probar aquellos higos deliciosos, y así, la pobre higuera, bien pronto se encontró abatida y rota.

La ambición medida es virtud apreciable, pero no cuando no se fundamenta en realidades, sino en alimentar la propia vanidad; en tales casos suele ser nefasta y volverse contra el ambicioso aun después de logrado su propósito.

(de Fábulas, Atl. 76 r. a.)

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La clemátide

A la sombra del seto, la clemátide retorcía sus verdes brazos alrededor de los troncos y las ramas del espino.
Al llegar a lo alto miró a su alrededor y vio otro seto que flanqueaba otra parte del camino.
Cuánto me gustaría llegar hasta allá -dijo la clemátide. Aquel seto es más bello y más grande que éste.
Y poco a poco, extendiendo los brazos, se fue, día tras día, acercando cada vez más al seto de enfrente. Concluyó por alcanzarlo, se enlazó a una rama y comenzó feliz a crecer rodeándolo.
Pero, poco a poco, por aquel camino comenzaron a pasar los caminantes, quienes se encontraron de pronto frente a aquellas ramas de clemátide que les cerraban el camino. Entonces la despedazaron, la arrancaron del cercado y la tiraron al foso.

Al seguir el camino trazado hemos de asegurarnos de no interferir otras trayectorias más importantes o poderosas que puedan deshacer nuestras ilusiones.

(de Fábulas, Atl. 67 v. b.)

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La araña y la uva

Una araña, después de haber observado durante muchos días los movimientos de los insectos, se percató de que las moscas acudían especialmente a un racimo de uva de granos gruesos y dulcísimos.
-Ya comprendo -se dijo.
Y subiéndose a lo alto de la vid, con un hilo finísimo se descolgó, desde allá arriba, hacia el racimo, y se instaló en una celdilla oculta entre las uvas.
Desde aquel escondite comenzó a asaltar, como un ladrón, a las pobres moscas que buscaban su comida; y mató a muchas, porque ninguna sospechaba su presencia.
Pero mientras tanto vino el tiempo de la vendimia.
El campesino llegó al viñedo, también recolectó aquel racimo y lo arrojó en el lagar, donde fue pronto pisado con los otros.
Así, la uva fue el fatal anzuelo para la araña traicionera, que  murió junto a las moscas traicionadas.

(de Fábulas, Atl. 67 v.b.)

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La araña y el abejorro

Una araña, escondida en un lugar frecuentado por las moscas, se puso inmediatamente al trabajo de tender su red. Eligió dos ramas como puntos de apoyo, comenzando pronto a recorrer el camino entre una y otra, trenzando su hilo de plata para hacer una tupida telaraña. Terminado el trabajo se fue a esconder detrás de una hoja.
La espera fue breve. Una mosca curiosa quedó inmediatamente atrapada en la red. La araña se acercó y se la comió.
Pero un abejorro que desde la corola de una flor lo había visto todo, se lanzó volando contra la araña y la atravesó con su aguijón.

El fuerte, muchas veces, no deja suelto ningún cabo en su afán de atrapar al débil, pero descuida su defensa frente a otros más poderosos para los que él es también presa codiciada.

(de Fábulas, Atl. 67 v. b.)

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En el ojo de la cerradura

Una araña, después de haber explorado toda la casa, por dentro y por fuera, pensó meterse en el ojo de la cerradura.
¡Qué refugio ideal! ¿Quién podría descubrirla jamás, allí dentro? Ella, en cambio, asomándose al borde de la cerradura, podría mirar a todas partes sin riesgo alguno.
-Allí -decía para sí, observando el umbral de piedra- tenderé una red para las moscas; más allá -añadía, mirando el escalón- tenderé otra para los gusanos; aquí cerca, en el marco de la puerta, armaré una trampa pequeña para los mosquitos.
La araña se regocijaba. El ojo de la cerradura le daba una seguridad nueva, extraordinaria; tan oscuro, estrecho, como un estuche de hierro, le parecía más inaccesible que una fortaleza, más seguro que cualquier armadura.
Mientras se deleitaba con estos pensamientos, le llegó al oído un rumor de pasos; prudente, se retiró entonces al fondo del refugio.
Alguien estaba a punto de entrar en casa. Una llave tintineó, enfiló el ojo de la cerradura, y la aplastó.

La fábula nos hace reflexionar en las cortas luces de quienes aceptan las cosas por lo que superficialmente representan, sin indagar más profunda-mente su esencia y significado.

(de Fábulas, Atl. 299 v. b.)

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El vino y el borracho

Un campesino, una tarde que había bebido más de la cuenta, dijo a su mujer:
-Tráeme otra botella.
-Es la última -respondió la mujer, presentándole la botella. Si te bebes ésta, ya no queda ninguna.
-¡Bueno! -exclamó el campesino. Quiero terminar todo el vino que hay en casa, lo quiero destruir.
Y con rabia se atizó un vaso tras otro hasta vaciar la botella.
Ofendido, el vino decidió vengarse de su bebedor.
Cuando el campesino salió afuera para tomar un poco de aire y calmar el ardor que sentía en el cuerpo, el vino le hizo trastabillar las piernas, mandándolo de cabeza al más apestoso estercolero.

El abuso en cualquier cosa que hagamos, primero nos priva del placer que al principio encontrábamos y luego nos deja a merced de las consecuencias desagradables de todos los excesos.

¡Cuántas veces el perezoso pasa por dificultades o trabajos, mucho más fatigosos que la tarea que quiere eludir!

(de Fábulas, Fo. III 21 r.)

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El villano y la vid

El campesino me quiere mucho -pensó la vid cuando el villano la apuntaló con varios palos y con otros puntales afianzó sus ramas. Será preciso que le recompense con mis racimos.
Y la vid trabajó con tesón y produjo mucha uva.
Pero, después de la vendimia, el campesino le quitó de golpe todos los palos y puntales, amontonándolos en un rincón. Al encontrarse ya sin ningún apoyo, la pobre vid se desplomó.
El campesino, indiferente, hizo pedazos la planta con el hacha, los llevó a su casa y los echó al fuego.


Hay que cumplir tenaz y lealmente las obligaciones, pero jamás olvidar el derecho a la propia seguridad y supervivencia.

(de Fábulas, H. 112 v.)

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