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sábado, 21 de septiembre de 2013

El cerdo y el jabali

Una tarde muy calurosa coincidieron en la fuente un cerdo y un jabalí. Los dos tenían mucha sed y cada uno quería ser el primero en beber. Comenzaron a reñir, cada vez con más violencia. Por último, se dispusieron a luchar. En esto vieron que volaban sobre ellos unos buitres. Esperaban que alguno cayese derrotado para poder acercarse y devorar su cadáver tranquilamente.
Ambos decidieron que les convenía llegar a un acuerdo. Echarían a suertes y el que ganase bebería primero. De esta forma, los buitres se quedaron sin su soñado banquete.

«Es mejor hacer amigos que pelear.»

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El cerdito gordo

El lobo, el zorro, el jabalí y el oso decidieron una tarde en que estaban hambrientos comerse un cerdito gordo y sonrosado.
Un día que el cerdito iba solo al colegio, los malvados animales lo metieron en un saco y se lo llevaron a su casa.
Empezaron a discutir porque cada uno quería cocinarlo de forma distinta. El lobo con un cuchillo cortó las cuerdas del saco y los demás se le echaron encima. En ese momento, el cerdito aprovechó el despiste de sus captores para salir del saco y escapar corriendo.

«Hay que escapar cuando de uno se quieren aprovechar.»

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El cerdito detective

Un día, Cerdito se encontró una lupa. Como tenía vocación de detective siempre llevaba la lupa consigo y trataba de buscar por todas partes huellas y detalles sospechosos. Un día le llegó su oportunidad. Se había extraviado un polluelo de mamá Gallina. No había regresado de la escuela. Cerdito cogió su lupa y se puso a buscar huellas por los alrededores. Al cabo de un rato encontró unas que parecían de pollo y también las de una rata y una rana. Unos metros más adelante encontró la cartera del pollito. ¡Estaba sobre la pista! Siguió las huellas y llegó a un claro del bosque.
Allí estaban jugando el pollo, la rata y la rana. Mamá Gallina se puso muy contenta y prometió a Cerdito que le regalaría la primera media docena de huevos que pusiera para que se los comiera fritos.

«Sé agradecido cuando alguien te ayude.»

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El castor deportista

Castorcito ahora come a todas horas. Naturalmente, empieza a engordar y engordar. Como es un presumido, se mira diariamente al espejo y empieza a preocuparse por la papada que le sale debajo del hocico y los michelines de sus costillas.
Conejín se cruza con él en la calle y le dice con ánimo de ayudarle:
-¡Qué gordo estás, Castorcito! Yo te pondría a tono en un mes. La gimnasia es lo mejor para estos casos.
-¿Ah, sí? -responde Castorcito, arrepentido de su glotonería.
Desde ese día Castorcito decide empezar a hacer ciclismo, gimnasia, a correr, nadar, etc., pero con el ejercicio se le despierta un hambre feroz y, en vez de perder peso, engorda más.
Tras mucho cavilar, Castorcito al fin comprende que, aunque es bueno hacer gimnasia, lo mejor para perder peso es comer un poco de todo y en la cantidad justa.

«El comilón y goloso será gordo.»

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El cartero

Osón es el mejor cartero del país. Cuando llega, los vecinos salen a su encuentro. Casi siempre trae buenas noticias y, cuando son malas, Osón suele tener preparadas unas palabras de consuelo. Hoy, que queda poco para la llegada de los Reyes Magos, Patón no ha venido a la hora acostumbrada. «¿Le habrá pasado algo?», se preguntan todos. Van a su casa y allí le encuentran metido en la cama, enfermo con calenturas.
-¡Venga, Osón, no te hagas el remolón y cúrate pronto, te necesitamos! -le dicen sus vecinos. ¡Mira, te hemos traído unos regalos!
Nada hay como la alegría y el buen humor para ser querido y respetado. Pocos días después
Osón ya se ha curado.

«Al cartero se le espera con ilusión y siempre es bien recibido.»

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El caracol envidioso

Caracolín estaba muy triste. Todos los animales con los que se topaba andaban más deprisa y eran más ágiles que él. Unos brincaban, otros saltaban, algunos corrían, ¡y él, aguantando el peso de su caparazón! ¡Qué fastidio!
La tortuga, que tenía el mismo problema, le decía con gran optimismo y buen corazón:
-Caracolín, piensa que alguna ventaja tendrá tener ese caparazón.
Un día estalló una fortísima tormenta. Llovió muchísimo y muchos de los animalillos a los que tanto envidiaba murieron ahogados. Él tuvo mejor suerte. Encerrado en su caparazón, encontró un refugio seguro y se libró de morir.

«La envidia no tiene sentido.»

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El canto del ruiseñor

Un día, se organizó un concurso en el bosque. El que mejor cantase de todos se llevaría un premio. Antes de comenzar, todos sabían quién iba a ser el vencedor.
-Ruiseñor ganará el premio. Canta maravillosamente -aseguró una oveja que también iba a concursar.
-Cierto. ¡Es tan melodioso su trino y tan dulce su acento! -exclamó una perrita.
Un ciervo se acercó al ruiseñor y le pidió:
-Por favor, ven a mi casa, mi hijo está muy enfermo. Si te oye cantar quizá se cure y pueda reir de nuevo.
Ruiseñor, sin dudarlo un instante, renunció al triunfo y fue a casa del ciervo. Cuentan que el cervatillo al oír el canto del ruiseñor quedó curado al instante.
¡Cuánto poder tiene la música!

«Olvídate de los triunfos y ayuda al que lo necesite.»

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El canguro salvador

Canguro estaba triste, pues vivía apartado de sus compañeros a causa de su aspecto y la forma tan extraña que tenía de andar a saltos. Los demás le despreciaban. Una tarde de verano se declaró un gran incendio. Mientras la mayoría de los animales corría gran peligro, Canguro, dando saltos enormes, podía salir de las llamas. Pero vio a varios topos y tortugas que, cegados por el brillo del fuego e incapaces de andar con rapidez, estaban a punto de ser devorados por las llamas. Sin dudar, Canguro se tumbó en el suelo y dijo a los animalitos que se instalasen en su bolsa. Luego, se alejó dando los saltos más grandes que le permitía el peso de su bolsa para salvar a sus amigos.
Desde aquel día todos los animales reconocieron el valor de Canguro, que había corrido un gran peligro por salvar a los que le habían despreciado.

«No desprecies a los demás, es muy probable que los necesites algún día.»

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El canguro que saltaba hacia atras

Un cangurito tenía una cualidad muy curiosa: saltaba hacia atrás. Por eso se burlaban de él. Cangurito era muy sensible y sufría mucho. El señor Búho, sabio y comprensivo, se acercó y le dijo:
-De nada te va a servir llorar tanto. Si te esfuerzas y practicas un poco, podrás saltar hacia delante como los demás canguros.
Así, Cangurito comprendió que el señor Búho tenía razón y esa misma noche empezó a practicar. Un buen día, en medio del asombro general, Cangurito realizó una auténtica exhibición de saltos hacia delante. Satisfecho y orgulloso, Cangurito empezó a considerarse un canguro normal, aunque en realidad, era superior a los demás, porque, «¿qué otro canguro podía saltar hacia atrás como él?», se preguntaba.

«Todo se supera al final con esfuerzo y constancia.»

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El canguro marinero

Cangurín era el cocinero de un barco que daba la vuelta al mundo. A todos les gusaban sus guisos, pero su verdadera especialidad eran las natillas.
Al cruzar el ecuador, el capitán le pidió sus famosas natillas. Cuando estaba a punto de servirlas vio una ballena cerca del barco. La ballena lé pidió comida para su cría y Cangurín le dio todas las natillas.
Cuando Cangurín dijo al capitán por qué no había natillas, mandó que lo encerraran en el calabozo. Días después encallaron en unos arrecifes. Entonces la ballena acudió y con su gran fuerza sacó el barco de los arrecifes.
Cuando el capitán lo supo, sacó a Cangurín del calabozo y le concedió la medalla al mérito culinario.

«Las buenas obras siempre tienen su recompensa.»

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El cangrejo rojo

Don Cangrejo vivía en las rocas junto al mar. Cuando la marea estaba baja se enterraba en la arena y cuando estaba alta se escondía en las rocas.
Un día le sorprendió la marea baja al descubierto y fue a esconderse rápidamente a una roca donde había una estrella de mar.
-¡Fuera de aquí! ¿Por qué huyes? Eres pequeño y feo. Además, fí jate, tienes un color verde muy raro... -le grita la estrella.
-Antes era de color rojo. Un pez rojo me comió y poco a poco fui cogiendo su color.
Un día el pez cogió un resfriado y en uno de sus estornudos me expulsó por su boca -explicó el cangrejo triste por cómo le hablaba.
-¿Y cómo es que no tienes ese color rojo que dices? -preguntó la estrella lleno de curiosidad.
-Pues... porque estoy un poco acatarrado... -repuso el cangrejo muy nervioso.
-Eso es un cuento chino. ¡Vete de aquí, cangrejo mentiroso! -exclamó ella enfurecida, pues no le gustaba que la mintieran.
El cangrejo se alejó. Durante la charla, había ganado tiempo, la marea había subido y ya podía ir a cualquier roca sin peligro.

«El ingenio siempre puede ser útil.»

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El cachalote

Don Cachalote tenía grandes mansiones en el fondb del mar y se pasaba la vida yendo de una a otra. Contaba con avaricia sus inmensas riquezas y nunca estaba satisfecho. Lo más triste es que cuando algún pobre animal del océano iba a pedirle unas monedas para comer, don Cachalote, ofendido, le respondía:
-¡Qué sería de mí si tuviese que socorrer a miserables como tú, que se pasan la vida sin hacer nada de utilidad! ¡Vaya calamidad!
Un día, don Cachalote quedó varado en un banco de arena. Dado su enorme peso, no podía moverse sin la ayuda de otros animales. Por más que gritó, nadie acudió a socorrerle, en justo castigo a su maldad.

«Lo que sembró ahora lo está cosechando.»

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El cabrito listo

Un cabrito vendía pasteles. Cada mañana colocaba su tenderete en el bosque. Un día de invierno se acercó un lobo de aspecto feroz y le amenazó:
-¡Tengo un hambre horrible! ¡Dame ahora todos esos pasteles o te comeré!
El cabrito tuvo que complacer al lobo. A partir de entonces, todos los días iba a merse los pasteles del tenderete.
«¿Qué puedo hacer?», pensaba.
Un día hizo pasteles con pimienta unos pedruscos dentro. A la mañana siguiente, el lobo se comió su ración.
-iAaaag! ¡Parece que he comido brasas y el hígado se me rompe! -exclamó
Desde entonces, sólo pudo comer pillas. El cabrito siguió adelante con negocio y no volvió a ser molestado.

«Si engañas y eres prepotente, al día lo pagarás con creces.»

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El caballo descontento

Un caballo en pleno invierno descansaba tranquilamente comiendo paja seca, mientras miraba nevar por la puerta. Se sentía melancólico viendo caer la nieve en el campo.
-¡Quiero que llegue la primavera para poder comer hierba fresca! -decía el pobre caballo.
Llegó la primavera y le dieron hierba fresca, pero tuvo que comenzar a trabajar en las faenas del campo.
-¡Cuándo llegará el verano! Estoy harto de tirar del arado -se lamentaba entre sudores y relinchos.
Llegó el verano, pero el trabajo aumentó y hacía mucho calor. Apenas podía descansar a la sombra.
-¡Oh, cuándo llegará el otoño! -decía el caballo, creyendo que cuando llegase el otoño terminarían sus males. Pero en otoño hubo de cargar leña para el invierno.
Llegó el invierno y pudo descansar. Comprendió que había sido un iluso creyendo en un futuro mejor.

«Disfruta del presente y no te ilusiones con el futuro.»

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El burro tramposo

En un corral vivían juntos un burro, un buey y un cordero. Por la mañana salían los tres a trabajar y por la tarde descansaban en el corral. A los tres les gustaban los juegos de azar, de modo que pasaban las tardes jugando a las cartas o a los dados. El que ganaba dormía en el mejor establo.
El burro era muy tramposo, así que siempre le tocaba a él dormir mejor. Los otros dos sospecharon que les engañaba. Para asegurarse, pintaron una cruz en todas las cartas. Cuando el burro volvió a ganar, le dijeron:
-Enséñanos tus cartas.
De nada le sirvió negarse. Cuando enseñó las cartas, se vio que ninguna de ellas tenía una cruz. O sea, ¡que se las había sacado de la manga! Sus amigos comprobaron que el burro les había engañado. Desde entonces, los tres se turnaban para disfrutar del mejor establo y ya no jugaron más a las cartas.

«Antes se coge al tramposo que al cojo.»

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El buho miope

Flip, un búho muy simpático, era uno de los vigilantes del parque de la ciudad. Como era miope, no quería hacer guardias nocturnas.
-¡Si, sí, miope! Lo que quieres es que por la noche trabajemos nosotros mientras tú duermes -decía la lechuza, vigilante nocturna del parque. Entonces, Flip aceptó hacer todas las guardias nocturnas que le tocasen sin rechistar en absoluto.
Una noche muy calurosa que Flip hacía guardia, un grupo de gatos entró y arrancó todas las flores sin que él se enterara. A la mañana siguiente, la sorpresa de Flip fue enorme, pues él no se había enterado de nada. Sus amigos viendo que la miopía de Flip era verdadera, decidieron comprarle unas gafas.
Desde aquel día nadie volvió a intentar sorprender la buena voluntad de Flip, pues con sus gafas veía todo y estaba siempre alerta. Su parque volvió a llenarse de flores y llegó a ser uno de los más bonitos de la ciudad.


«A los discapacitados hay que ayudarles.»

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El buho amable

Uno ardilla salió de paseo una tarde y se puso a caminar. Estaba tan distraída disfrutando de la naturaleza que sin darse cuenta se perdió en el bosque. Como tardaba en volver a casa, su hermano decidió no esperar más y salió a buscarla. Afortunadamente la encontró, pero para entonces ya se había hecho de noche y no sabían el camino para regresar a su hogar.
Menos mal que un búho los vio en la oscuridad y con sus grandes ojos los guió hasta su casa.
Cuando se hizo de día, don Búho pudo descansar muy satisfecho de la buena acción realizada.

«Si tienes oportunidad ayuda a quien lo necesita.»

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El buey y el caballo

Un buey y un caballo llevaban carga de un pueblo a otro. El buey estaba enfermo, por lo que llevaba menos peso que el caballo. Cuando se curó no dijo nada y permitió que su amigo siguiera cargando más que él.
-¡Uf! -exclamó el caballo. No podré llegar con tanto peso. Diré al buey que me ayude, solo será imposible.
Así lo hizo, pidió ayuda al buey; sin embargo éste le respondió quejoso:
-Con gusto te ayudaría, pero hoy me encuentro peor que nunca.
-Basta con que me cojas un saco, amigo -le suplicó el caballo.
-No, lo siento -contestó el buey.
Reanudaron el camino y, en plena cuesta, el caballo se desplomó en el suelo, agotado, y se murió. Entonces, el buey tuvo que llevar todos los sacos de trigo además de arrastrar al caballo hasta la cuadra.

«Siempre hay que trabajar.»

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El buen tiempo y la lluvia

Dice un refrán: «Nunca llueve a gusto de todos». Había una vez tres perritos y tres ranitas que eran muy amigos, aunque a veces discutían.
Si el día era lluvioso las ranitas se ponían muy contentas. En cambio, los perritos estaban tristes porque no les gustaba el agua.
-¡Menudo chapuzón nos vamos a dar en los charcos que se están formando! -decían las ranitas muy contentas con la tormenta.
-¡Bah! ¡Nos aburre la lluvia! -respondían los perritos malhumorados.
Cuando hacía sol ocurría lo contrario; los perritos se ponían muy contentos porque podían pasear tranquilamente y las ranitas estaban muy tristes porque se aburrían sin charcos en los que jugar.
¿Cuándo estaban contentos los perritos y las ranitas? ¡Muy sencillo!: los días que eran nublados pero sin lluvia.

«Nunca sale el sol a gusto de todos.»

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El bañista

Pimpón se pasaba los días enteros tomando el sol y dándose chapuzones. Sus familiares decían que era un vago porque nunca trabajaba, pero eso no le preocupaba nada en absoluto.
Un día, mientras tomaba el sol tumbado en su hamaca, vio que una pequeña embarcación se estaba hundiendo cerca de la orilla. Sin vacilar se lanzó al agua y salvó de perecer ahogados a un osito y a un castor que estaban dando un paseo en barco.
Desde ese día, Pimpón fue nombrado vígilante de la costa y ya nadie pudo llamarle vago nunca más.

«Siempre que sea posible hay que trabajar en algo que os guste de verdad.»

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El baloncesto

Conejín es muy pequeño y nunca lo escogen para jugar en el equipo de baloncesto. Se tiene que conformar con ver jugar a los demás. Con el tiempo se ha hecho un gran experto en ese deporte y ha decidido formar un equipo con jugadores bajitos.
Tras mucho tiempo de preparación, Conejín ha conseguido que dejen jugar a su equipo. En sólo veinte partidos han llegado a ser temidos por los demás equipos. La ciudad entera está asombrada de la gran técnica del equipo que dirige Conejín.

«El tamaño y el aspecto nunca se debe juzgar; si eres trabajador y constante el éxito obtendrás.»

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El ave del paraiso

En una lejana isla vivía el Ave del Paraíso. Su plumaje era el más bello de todas las aves. Sin embargo, era muy desgraciado pues había perdido a su amada. Por más que sus amigos intentaban alegrarle con sus melodiosos cantos nada lograba aliviar el dolor de su corazón. Era tan grande su tristeza que no podía trabajar ni comer ni dormir, y sólo pensaba en una cosa: estar de nuevo con su amada.
Cuenta la leyenda que un día el Ave del Paraíso, cansado de esperar en vano, se arrojó desde los acantilados más altos de la isla creyendo que llegarla volando desde allí hasta el Reino Encantado donde su amada le esperaba.

«La presunción y belleza poco te ayudarán, si quieres sobrevivir tendrás que trabajar.»

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El alce vengativo

Nicolás era muy cuidadoso con todo lo suyo. Sin embargo, curiosamente, las cosas de los demás no le merecían ningún respeto. Sus amigos dejaron de prestarle sus juguetes y Nicolás, enfurecido, una tarde que se aburría los rompió todos.
Don Lobo, el guardián del bosque, recibió varias denuncias y, sin dudarlo, metió a Nicolás en la cárcel. Allí se dio cuenta de que no se pueden hacer ciertas cosas. Al salir de prisión, lo primero que hizo fue pedir perdón a todos sus amigos.

«Nunca es tarde si la dicha es buena.»

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El alacran

Alacrán vivía en una ciudad enorme donde apenas había anima-litos que comer, pues casi todo era asfalto.
Se pasaba el día trepando por las paredes de las casas en busca de comida o algo que llevarse a la boca.
«¡Qué triste vida la mía! ¿Por qué no habré nacido en un pedregal junto a un río o en la falda de una montaña? Cualquier lugar habría sido mejor que ésta fría e inhóspita ciudad.»
Sin embargo, un buen día le cambió la suerte. Sin saber cómo fue a parar al interior de una mochila.
Durante un tiempo sintió que todo se movía a su alrededor.
Después, la mochila dejó de moverse.
Alacrán sacó su cabeza y vio ante él uno de esos magníficos pedregales con los que siempre había soñado. Se lanzó fuera y corriendo llegó a las piedras más cercanas. ¡Por fin se habían hecho realidad sus fantasías! A su alrededor había flores, árboles y un montón de animalitos.

«A veces tenemos suerte y los sueños se hacen realidad.»

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El actor

Brontoff era un dinosaurio que tenía ideas fijas. Quería ser actor y un día se fue a unos estudios de televisión vestido de etiqueta. Una vez allí, se metió en la primera sala que encontró. En ese momento estaban rodando una película del oeste y... ¡qué lío se armó! iBrontoff se había puesto en mitad del escenario delante de la cámara!
-¡Corten! -gritó don Pato, el director de la película. Y le dijeron que ser fuera de la sala.
La misma escena se repitió en otras salas de rodaje y en todas ellas acabo en la calle. Sin desanimarse, Brontoff volvía a intentarlo. Una vez entró en una sala donde grababan un programa infantil con muchos niños. Estos, al ver entrar a Brontoff, aplaudieron muchísimo y el director le contrató como actor de programas infantiles.

«El que la sigue la consigue.»

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El abuso de confianza

Doña Abeja y doña Hormiga eran muy amigas. En cierta ocasión, doña Abeja salió de viaje y dejó las llaves de su casa a su amiga. A los pocos días, doña Hormiga tuvo la tentación de entrar y darse un atracón de miel, pero en el último momento se contuvo, pues reflexionó.
«Hacer eso sería un abuso de confianza, algo indigno de nuestra amistad», se dijo.
Meses después doña Hormiga se fue de viaje y dejó las llaves de la casa a su amiga.
Al día siguiente doña Abeja, sin dudarlo ni un instante, entró en casa de doña Hormiga, dispuesta a comerse lo que hubiera en la despensa:
«¡Bah! Estoy segura de que ella también entró en la mía y se comió parte de mi miel».
¿Cuál de las dos era en realidad una verdadera amiga?

«Nunca desconfíes de los buenos amigos.»

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Dos moscas y un juego

Dos moscas decidieron inventarse un juego.
-Desde ahora diremos siempre la verdad a todo el que pase -dijo una.
-¡Me parece una gran idea! Será un juego útil -dijo la otra muy contenta.
No tardó en aparecer una abejita que quería hacerse amiga de ellas. Nada más verla, ambas moscas le dijeron:
-Mira, abejita, nosotras queremos decir siempre la verdad. Eres demasiado fea y tonta para ser nuestra amiga.
La abejita, muy apenada, se alejó. Contó a las demás abejas lo sucedido y todas vinieron en tropel en busca de las dos moscas, pues también querían jugar a decirles la verdad. Ya ante ambas, la abejita ofendida se adelantó y dijo:
-Nosotras también queremos jugar a decir la verdad. Pensamos que por dentro sois muy simpáticas y humanas. Esperamos que sepáis ver también nuestro interior.
Ante esta frase las dos moscas comprendieron que una abeja no es sólo su aspecto exterior sino su espíritu y su carácter. Desde entonces todas fueron muy amigas.

«Si un amigo es feo no lo desprecies, pues todos tenemos buenas cualidades.»

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Dos mariquitas

Mari y Quita eran hermanas gemelas. Sin embargo, Mari era buena y estudiosa, mientras que Quita era envidiosa y perezosa.
Finalizaba el verano y pronto volverían al colegio. La profesora había mandado deberes para las vacaciones pero sólo Mari los había hecho, pues Quita prefirió jugar.
Quita, temerosa de que la profesora felicitase a su hermana y a ella no, borró los deberes de ésta. Así las dos estarían igual.
¡Cuál no sería su sorpresa cuando el primer día de clase la profesora felicitó a Mar¡ por sus deberes! Había ocurrido que Mari, sabiendo que a su hermano le iban a poner un cero por no presentar sus deberes, decidió ayudarla. Quita, por equivocación, había borrado su propio cuaderno y los deberes que Mari había hecho por ella.
Naturalmente, Quita se ganó un cero. Avergonzada, fue desde aquel mismo día tan buena estudiante como su hermana. ¡Ahora sí que nadie podría distinguirlas!

«Todo sale bien si no hay maldad ni envidia.»

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Dos ardillas buenas

Ardillita y Ardillina se disponían a salir de casa para ir a una fiesta, pero apareció el doctor Sapo y, preocupado, les dijo:
-Vuestra madre está enferma y necesita que la ayudéis. ¿Lo vais a hacer?
-¡Naturalmente! -dijeron las dos.
Ambas sintieron un poco de pena, pues reían que iban a quedarse sin la fiesta, pero trabajaron con mucha voluntad porque eran muy buenas hijas. Prepararon la comida para su madre e hicieron todas las faenas.
Al día siguiente, el doctor encontró a la madre de Ardillita y Ardillina mucho mejor, pues había descansado mucho gracias a sus hijas. Casi se había curado del todo y quería levantarse de la cama. El doctor Sapo las invitó a ir al circo por la tarde.

«Si te necesitan tus padres deja las fiestas aparte.»

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Dos amiguitas

Dos avestruces eran muy amigas y se querían mucho. Sin embargo, siempre estaban discutiendo.
-¡Hoy tenemos que jugar a lo que yo diga! -gritaba una, enfadada.
-¡De eso, nada! Yo soy más lista que tú y por eso quiero que juguemos a este juego que te voy a enseñar! -respondía la otra.
Estas disputas eran diarias. Al final, las dos volvían a casa muy enfadadas sin haber jugado a nada.
Al día siguiente se amigaban pero sólo para volver a discutir.
Por fin, una de ellas tuvo una idea.
-Mira, es mejor que hablemos seriamente, a ver si llegamos a un acuerdo.
Ambas comprendieron que la única forma de arreglar la situación era jugar un día a lo que quería una, y al día siguiente a lo que quería la otra.
Pusieron en práctica esa idea y nunca más volvieron a pelearse por asuntos de juego.

«Si uno no quiere, dos no pelean.»

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Doña jirafa

Una mañana estaban hablando la jirafa y la cebra de los achaques de la primera.
-¡Ay, doña Cebra! ¡Qué mal me siento esta mañana! -decía la jirafa lamentándose.
-Vamos a ver, vecina... iHum! Esta garganta tiene mal aspecto. Voy a la farmacia -dijo la cebra, dispuesta a ayudar a su vecina.
Tan largo era el cuello que no había en la farmacia vendas ni pastillas suficientes. Sin embargo, doña Cebra fue muy lejos a por los medicamentos. Tardó tanto en regresar, que cuando llegó vio que doña Jirafa ya se había curado.
En vez de lamentarse por lo inútil de su viaje se alegró al ver que ya estaba bien.
¡Ah, quién tuviera por vecina a doña Cebra!

«La buena voluntad siempre da buenos resultados.»

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Don rinoceronte

Los resfriados de don Rinoceronte eran famosos en toda la ciudad de Rinocelandia. ¡La de pañuelos que agujereaba con su largo cuerno cuando estornudaba!
Cuando, sentado en la mesa, le venía un estornudo, daba tales cabezazos contra la madera que clavaba su cuerno donde primero pillaba o rompía la mesa en pedazos. Quienes estaban con él se desternillaban de risa.
Pero a don Rinoceronte no le hacía gracia y se enfurecía terriblemente; menos mal que se le pasaba pronto.
Una vez curado el resfriado, era don Rinoceronte quien más se reía al recordar lo sucedido, pues tenía buen humor y sabía que a cualquiera le podía pasar lo mismo que a él.

«No te rías de quien pasa malos ratos. A ti te puede pasar cualquier día.»

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Don oso panda

Don Oso Panda siempre se levantaba a la misma hora con gran precisión y pasaba por delante de la casa de doña Conejo y le daba los buenos días. Era una rutina.
Era la señal para que ella despertase a sus hijos. Pero un día un zorro malo entró en casa de don Oso Panda y le estropeó su despertador. Fue inútil. Don Oso Panda siempre se guiaba por la claridad del sol para despertarse, así que no necesitaba despertadores.
Al día siguiente, don Oso Panda no tuvo problema para levantarse a la hora exacta. El malvado zorro quedó chasqueado.

«Al que fastidia luego le humillan.»

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Don leo

Don Leo sólo quería que le dejasen tranquilo, pero un cazador vino a turbar su calma. ¿Qué podía hacer él, tan viejo y con los colmillos gastados? Ratoncín su inteligente consejero, propuso:
-Majestad, deje de mi cuenta cómo ahuyentar a ese inoportuno cazador.
Ratoncín cogió un micrófono y dos potentes altavoces, que puso a la entrada de la selva. Puso el micrófono delante de don Leo y le dijo:
-Majestad, ruja con todas sus fuerzas.
Don Leo emitió un vacilante rugido, que aumentado cien veces llegó a oídos del cazador. Este, aterrorizado, soltó la escopeta y echó a correr. Desde entonces ningún otro cazador ha vuelto a entrar en esta selva.

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Don jabali y el perrito

Don Jabalí no tenía familia y como no quería estar solo organizó un club de montaña. Al principio, don Jabalí salía a la montaña casi todos los sábados. En una de sus excursiones conoció a Boliche, un perrito muy simpático y alegre. Don Jabalí supuso que se había extraviado.
-¡No, qué va! Lo que pasa es que soy un montañero de gran categoría y de vez en cuando digo a mis dueños que me voy a la montaña -le explicó Boliche.
Boliche desde ese día entró a formar parte del club de don Jabalí y cuando éste ya no podía salir de excursión porque era muy mayor, él era el que organizaba las excursiones de los sábados y se las contaba después a don Jabalí. Eso sí, el resto de la semana trabajaba cuidando la casa de sus amos.

«La amistad no tiene edad.»

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Don hipopotamo va de negocios

Don Hipopótamo es el típico animal de negocios que sólo vive para trabajar. Todos los días tiene una reunión importantísima en lugares muy alejados. Siempre viaja en avión. Cuando tardan en darle permiso para aterrizar, Don Hipopótamo se lanza en paracaídas para no perder tiempo. Todos sus empleados trabajan muchísimo y están hartos de él.
Aunque no les falta de nada, la familia de don Hipopótamo no es feliz. Su esposa y sus hijos no le ven casi nunca y le tratan con frialdad, como a un desconocido.
¿De qué sirve trabajar tanto si no tienes tiempo para disfrutar de las cosas que importan?

«Se debe trabajar, pero sin exagerar.»

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Don cordero

Los vecinos del pueblo han decidido construir una casita para que en ella jueguen ¡os cachorros. Don Cordero, que siempre quiere hacerlo todo, manda lo que hay que poner y hacer, sin consultar a nadie:
-La casa ha de ser así, el tejado tiene que ser de esta forma, los muros de esta otra...
Las obras no marchan a gusto de todos y la comisión dice a don Cordero:
-Agradecemos mucho el interés que pone y las molestias que se toma, pero a partir de ahora, don Cerdo llevará la dirección y usted sólo se ocupará del tejado.
Don Cordero se aleja refunfuñando y se encierra en casa cuatro días, pues no entiende qué ocurre. Allí piensa y comprende que no es bueno querer acapararlo todo.

«Quien piensa que lo sabe todo es que no sabe nada.»

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Don cerdo y don lobo

Don Cerdo y don Lobo eran buenos amigos desde hacía tiempo. Pero, mientras don Cerdo era pobre y bondadoso, don Lobo nadaba en dinero y tenía mal genio. Los animales jóvenes preferían la compañía de don Cerdo y esto hacía sufrir mucho a don Lobo, pues también quería a los pequeños.
«¿Por qué le querrán a él más que a mí?», se preguntaba, entristecido. Al fin comprendió que todo se debía a su carácter huraño y al mal uso que hacía de su riqueza.
Desde ese momento, don Lobo dio todo su dinero a los jóvenes animales y les construyó muchos parques para que jugaran y se divirtieran. Los animalillos empezaron a quererle tanto como a don Cerdo.
Ahora todos se divierten: don Cerdo y don Lobo se tiran por el tobogán y se montan en el columpio, y los pequeños tienen a los dos para jugar.

«Estarás contento en la mesa, si con los demás repartes tu riqueza.»

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Desconfianza

Roncín todos los días organizaba fiestas para invitar a sus amigos. Cuando se le terminó el dinero, los amigos le abandonaron.
Pasado un tiempo, se convirtió en un famoso caballo de carreras. Los amigos que le habían abandonado querían volver con él. Roncín conoció a Cebrón, que parecía querer ser su amigo. Para comprobarlo, dijo a Cebrón que había perdido su dinero en las apuestas.
-No te preocupes -respondió Cedrón. Te presto lo que necesites.
Roncín comprendió que Cebrón era sincero. ¡Al fin había encontrado un verdadero amigo!

«Los que quieren ser tus amigos por egoísmo no merecen tu amistad.»

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Chim-pan en el cine

Todos los sábados, Chim-Pan pedía dinero a su padre para ir al cine. Allí mientras comía todo tipo de chucherías, se pasaba la tarde viendo películas de aventuras.
Lleno de fantasía, se creía el protagonista de todas ellas: salvaba náufagos, rescataba niños de peligros, ponía en fuga a atracadores, conducía caravanas por el desierto, ayudaba a viudas y ancianos... ¡Qué bien lo pasaba!
Nada más salir del cine, Chim-Pan regresaba a casa muy contento y mientras cenaba contaba a sus padres las peliculas que había visto. Después se acostaba y así, al día siguiente, estaba descansado.

«El que se cansa y vive de la fantasía no logrará nada en su vida.»

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Cuatro cerditos

Cuatro cerditos iban por el campo a comer a casa de su abuelita. Se encontraron con dos osos que venían en dirección contraria y que traían ganas de fastidiar.
-No sigáis por este camino -les dijeron, está cortado. Es mejor que deis un rodeo por el bosque.
Los cerditos se adentraron en el bosque, pero al poco tiempo comprendieron que se habían perdido. Por fortuna, un periquito había oído la conversación y les dijo:
-Salid del bosque, esos osos mentirosos os han engañado. El camino no está cortado. Seguidme, yo os llevaré.
Los cerditos obedecieron y no tardaron en estar de nuevo en el camino que habían abandonado. Antes de despedirse, el periquito les advirtió:
-Espero que hayáis aprendido la lección. No os fiéis del primero que pase.
Los cerditos aprendieron la lección y no volvieron a creer las mentiras de nadie.

«Desconfía de los que no son tus amigos.»

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