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domingo, 22 de septiembre de 2013

El juego de la gallinita ciega

En el recreo todos jugaban a la gallinita ciega. Castor tenía los ojos vendados y tocó a Erizo, con tan mala suerte que unas púas se le clavaron en la pata. De la herida de Castor salió mucha sangre. Erizo se sintió culpable y se quedó fuera del corro.
Ahora le tocaba a Cocodrilo jugar con los ojos tapados. Sin querer, pisó un trozo de vidrio y se hizo un gran corte en una pata Pero lo peor fue que se le quedaron clavados muchos trocitos de vidrio en la carne Buscaron unas pinzas para sacarlos pero nadie tenía. Entonces, Erizo se arrancó dos púas e hizo con ellas unas estupendas pinzas. ¡Todo arreglado!
Tras esto, Erizo volvió a jugar a la gallinita ciega con los demás animalitos.
      
«Las buenas acciones al final tienen su recompensa.»

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El ingenioso raton ramon

El ratón Ramón llegó un día a un pueblo muy lejano en el que apenas había ratones. Al cabo de mucho tiempo encontró a otro ratón al que preguntó:
-¿Por qué hay tan pocos ratones en este pueblo?
-Este es un pueblo de gatos. Vigilan todos los almacenes y ratón que pillan, ratón que se comen -le contestó.
A Ramón le gustaba la aventura y dijo a su nuevo amigo:
-Entraré en el almacén que quiera. Ven y observa.
Cerca del almacén escogido, vigilado por un enorme gato, hizo un ratón mecánico, le dio cuerda y lo hizo pasar por delante del gato, que se arrojó sobre él. Lo único que consiguió fue dejarse los dientes en el ratón de metal.
Después, fingiendo que era otro ratón mecánico, se acercó a la puerta del almacén. Al verlo, el gato creyó que era otro ratón metálico y lo dejó pasar. Dentro del almacén Ramón se dio el gran banquete.

«Ser ingenioso y aventurero es muy valiosos»

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El inconformista

Ram era un sapo muy desgraciado pues todo le parecía mal. Siempre se quejaba por todo.
-¿Por qué habré tenido que nacer sapo? ¿Es que no podría haber sido un hermoso lince o una de esas aves que vuelan por el cielo? -se quejaba constantemente.
Sus amigos trataban en vano de razonar con él.
-Mira, Ram, es posible que haya animales más hermosos, pero seguro que los sapos pueden hacer cosas que los linces no hacen -le decía Jip con una gran sonrisa.
Era inútil. Ram estaba cada vez más amargado y no escuchaba a nadie. Sus amigos dejaron de intentar convencerle y lo abandonaron. Al final fue un gruñón solitario.

«Debemos estar contentos con lo que tenemos.»

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El incendio

-¡Hum! ¿A qué huele? -pregunta Ciervito al percibir un olor extra-ño y desconocido.
-Yo diría que huele a... ¡quemado! -grita Ratoncín lleno de angustia.
-¡Fuego, hay fuego en el bosque! -exclama Conejín dominado por el pánico.
Todos los animales echan a correr despavoridos, intentando sal-varse del fuego.
-¡Corre, hijo, corre todo lo que puedas! -le grita mamá Cierva que, de repente, surge de la espesura, preparada para ayudar a su cachorro.
Ciervito, desconcertado, echa a correr seguido por su madre. Mamá Cierva va quedando atrás y él, asustado, se queda a esperarla.
-¡No, hijo, no te detengas! ¡Huye, huye lo más rápido que puedas! Yo no puedo seguirte, lo importante es que te salves tú -le gritaba su madre, rodeada por las llamas.

«Los mayores protegen a los pequeños.»

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El honrado recogedor de pelotas

Don Cerdo y don Gallo solían jugar juntos partidos de tenis. Para recoger las pelotas que se salían de la pista contrataron a Macaco, que era un gran aficionado al tenis. Una tarde, Macaco tuvo que buscar una pelota que don Gallo había lanzado muy lejos y tardó en volver. Al terminar el partido, don Cerdo comprobó que alguien le había robado la cartera que había dejado en el vestuario. Don Gallo acusó a Macaco de haberla robado aprovechando que iba a buscar la pelota. Macaco fue encerrado en la cárcel.
Pero Chimpancín, amigo íntimo de Macaco, que estaba viendo el partido, había visto a don Gallo ir al vestuario y robar la cartera de don Cerdo, y contó lo sucedido a la policía. Así, a Macaco lo pusieron en libertad, y don Gallo fue a la cárcel desde donde ahora ve cómo don Gallo juega con Macaco, y Chimpancín recoge las pelotas.

«Si además de robar acusas a los demás, tu castigo tendrás.»

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El hipopotamo que queria ser delgado

Don Hipopótamo estaba avergonzado, ¡sus amigos eran tan delgados y él tan gordito!
-Pásate un día entero apoyado sobre una sola pata y verás cómo pierdes peso -le decía el flamenco.
-Lo que necesitas es hacer mucho deporte -le dijo el leopardo, dispuesto a ayudarle.
-¡Bah! Eso tiene arreglo -añadió el avestruz, mete unas cuantas piedras y verás cómo adelgazas.
Don Hipopótamo siguió el consejo de sus amigos: se pasó un día sobre una sola pata y tuvo un esguince; veinticuatro horas de gimnasia lo dejaron baldado y las piedras que comió le dieron una gran pesadez de estómago. Por fin, a fuerza de mirarse al espejo, don Hipopótamo comprendió que él no estaba más gordo que sus amigos. Sencillamente, tenía una constitución física diferente.

«No pretendas ser como los demás y aprende a ser feliz como tú eres.»

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El hipopotamo perezoso

Al hipopótamo no le gustaba hacer los deberes que el profesor le mandaba para casa y su madre le decía:
-Hijo mío, has de hacer los deberes.
Pero él no quedaba muy convencido y le contestaba con mucha parsimonia:
-Bueno, mamá, si te empeñas... los hare dentro de un rato.
Así llegaba la noche sin que hubiese hecho los deberes. Al día siguiente se levantaba antes de lo normal y hacía, al menos, una parte pero lo único que conseguía era llenar cuadernos con garabatos sin sentido y que le pusieron un cero. No hubo forma de convencerle de la necesidad de hacer los deberes. Perdió el curso y tuvo que repetir.
      
«Obedece a tus padres, que saben mucho.»

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El hipopotamo egoista

Había una vez un hipopótamo que siempre se colocaba el primero en la parada del autobús, sin preguntar si había al quien antes que él, y además entraba dando empujones y codazos por doquier.
Ya en el asiento, abría un gran periódico y tapaba el rostro de su compañero, tosía con la boca muy abierta y se movía constantemente para ponerse cómodo molestando a todos. Al bajarse salía del autobús dando pisotones.
Al fin, todos podían respirar tranquilos.

«Vivimos en sociedad y no debemos molestar a los demás.»

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El gusanito

Un gusanito vivía dentro de la pera más hermosa que había en el peral.
-Mirad -decía a sus amigos, vosotros no vivís en una pera tan bonita como ésta.
Gusanito vivía en el centro de la pera. Tenía la comida al alcance de la boca. No necesitaba trabajar ni preocuparse por comer.
Un día, doña Cerda compró unas peras. Ella misma escogió la fruta, y se llevó la pera en la que vivía Gusanito. Cuando Cerdito y Cerdita se disponían a comerse la pera, se dieron cuenta de que había un gusano.
-Vamos a matarlo -dijo Cerdito feroz.
-Nada malo nos ha hecho -dijo Cerdito muy reflexiva, tiene derecho a vivir.
Gracias a Cerdita y a su buen corazón, Gusanito puede contarnos su historia y vive feliz en el campo.

«Aunque puedas no trabajar para vivir, has de cuidarte de los peligros.»

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El grillo afonico

Qué desgraciado soy, no puedo cantar! -se lamentaba el grillo.
Un primo suyo, enterado de su sufrimiento vino a visitarlo para darle ánimos.
-Tu afonía no es problema -dijo en tono tranquilizador. Yo formo parte de una orquesta con unos amigos y en este momento nos hace falta un trompetista. Tú tocas muy bien la trompeta, no es verdad?
-¡Oh, gracias! -le contesto el grillo. Sí, siempre me ha gustado tocarla.
Desde ese día aquella orquesta fue la más famosa de los alrededores. Aunque el grillo siguió sin cantar, se convirtió en el mejor trompetista de la pradera.

«No hay mal que por bien no venga.»

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El gradullon de la selva

Había un león tan grande y tan malo que sólo se divertía asustando a los demás animales. Como podéis suponer, todo el mundo estaba aterrorizado y nadie se atrevía a salir de su casa.
La situación iba de mal en peor, así que se convocó una reunión para tomar medidas.
Pronto se llegó a un acuerdo. Era preciso excavar un gran hoyo en medio de la selva y cubrirlo con ramas secas para que el león cayera en la trampa y no saliera de allí.
Días después se oyeron unos rugidos. Era el león, que se había caído en el hoyo y pedía ayuda para salir. Todos se rieron mucho al ver la cara de susto del león. Al final, le ayudaron a salir después de prometer que no volvería a asustar a nadie.

«El que sin pensar asusta a los demás no será feliz jamás.»

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El gran pulpo

En el fondo del mar, había sido elegido rey el señor Pulpo. Durante los primeros años de su reinado, Pulpo se comportó como un monarca sensato y bueno con sus súbditos. Sin embargo, a medida que sus riquezas aumentaban, se hacía más y más avaricioso. Pedía a sus súbditos cosas cada vez más costosas.
Llegó un momento en que todos tenían que trabajar las veinti-cuatro horas del día para atender sus exigencias. Al fin la situación llegó al límite. Los animales que años antes habían colocado a Pulpo en el trono, lo echaron violentamente de él, como castigo a su insaciable ambición.

«Ten cuidado, pues la avaricia rompe el saco.»

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El gran diluvio

Un día, se produjo un gran diluvio. Todo se inundó en poco tiempo y muchos animales perecieron. Otros lograron salvarse subiéndose a los tejados de las casas.      
-¡Vamos, no hay que perder la serenidad ni el buen humor!
Así hablaba Topito, famoso por ser un juerguista y un inconsciente.
Topito comenzó a decir tonterías y a hacer piruetas para distraer a sus compañeros y que no pensaran en el peligro.
Pasó el tiempo y las aguas bajaron. Todos se habían salvado y Topito había hecho que no pensaran en su desgracia.
Cuando las cosas volvieron a la normalidad, todos reconocieron que se habían salvado gracias a Topito, que les había distraído y dado ánimos con sus palabras y su buen corazón en un mal momento. ¡Incluso le pusieron una medalla!

«De los amigos salen los agradecidos.»

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El gran conjunto

Cuando el gran conjunto ensayaba, un estrépito infernal amenazaba echar abajo el barrio entero. Los cristales se rompían y en las casas cercanas no quedaba casi nada en pie del ruido que hacían.
Los vecinos se quejaron al alcalde, quien, comprensivo y sensato, comunicó al grupo que no podía seguir tocando en pleno casco urbano. Pero les anunció que si aprobaban habilitaría un local fuera del pueblo para que tocaran allí. Aceptaron el trato. En los exámenes, todos sacaron sobresalientes y notables, y pudieron seguir tocando.

«La voluntad lo puede todo.»

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El gran caballero

Una mañana llegó al pueblo un nuevo vecino. Todos quedaron admirados de su distinción: ¡en verdad era un gran caballero! Durante un tiempo fue tratado por los vecinos como un rey.
Un día, una gran riada inundó varias madrigueras. Para ayudar a los vecinos que se habían quedado sin cobijo se hizo una colecta. Todos dieron dinero excepto «el gran caballero», que no entregó ni un céntimo.
Desde aquel día el rico avaro fue tratado con indiferencia, lo que hizo que, con el tiempo, se decidiera a abandonar el pueblo.
Cuando se alejaba observó que salía humo de varias viviendas. ¡El pueblo se estaba quemando! Intervino rápidamente y con gran esfuerzo apagó el fuego. Los vecinos le expresaron su agradecimiento y le perdonaron su tacañería.

«No seas avaro aunque tengas un corazón bondadoso.»

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El gran bromista

Salomón es un sapito muy gracioso y bromista. En la escuela todos procuran sentarse lejos de él para no sufrir sus bromas.
Esta mañana, Salomón ha traído a clase polvos pica-pica para echárselos a sus compañeros. En un momento en que el profesor está distraído, abre la cajita de los polvos, pero en ese instante, entra por la ventana una ráfaga de aire y se le meten todos por las narices.
¡Mirad cómo tose, lagrimea y se rasca mientras sus compañeros se ríen de él! ¡Riesgos de ser bromista!

«Si fastidias a tus amigos, algún día serás vencido.»

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El gran baile

Numerosas parejas, elegantemente vestidas, bailaban un vals en la fiesta que se celebraba en favor de los animales que habían quedado sin casa en el incendio del bosque.
De pronto irrumpió en la pista una pareja de panteras bailando un tango con rapidez y frenesí. Todo cambió y muchos animalitos que no se habían atrevido a bailar el vals se lanzaron a bailar el tango.
Al cabo de un rato, todos los animales del bosque, hasta los que se habían quedado sin casa por el incendio, se pusieron a bailar animadamente el nuevo baile.

«Observa a los que saben, así tú también aprenderás.»

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El gorrion solitario

En primavera, un gorrión se enamoró de una gallina. Llegó el invierno y el gorrión tuvo que marcharse lejos y se despidió de ella con lágrimas en los ojos. Cuando regresó, en la primavera siguiente, la gallina se había casado con un gallo. El gorrión, al enterarse, sufrió mucho y dejó de comer y beber.
Pasado algún tiempo el gorrión conoció a una pajarita muy simpática que le supo consolar y entrar en su corazón. Desde entonces, es feliz con su nueva pareja y ya no sufre por la gallina, pues da y recibe un inmenso amor.

«No pretendas ni te obceques con lo que no puedes conseguir.»

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El gato, el zorro y el gallo

Había una vez un zorro al que le gustaba cantar... y cazar gallinas. Iba a la puerta del gallinero y cantaba hermosas canciones por las noches.
Cuando una gallina asomaba la cabeza, izas!, recibía un garrotazo por parte del zorro. Así un día tras otro, hasta que el gallo encargado del gallinero se lo dijo a un bondadoso gato que vivía cerca y éste decidió dar una lección al zorro.
Una tarde se decidió a llevar a cabo su plan. Sin dudarlo ni un momento, cogió un palo y se encaminó hacia la casa del zorro. Cuando llegó hasta ella comenzó a cantar debajo de su ventana. El zorro, sintiendo una enorme curiosidad ante aquel sonido, asomó la cabeza.
-¿Quién canta una canción tan bonita?
Nunca lo supo, porque el gato le atizó un garrotazo, y así terminaron las aventuras del zorro y sus canciones.

«La curiosidad es mala consejera y la gula, peor compañera.»

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El gato tramposo

Don Oso estaba desesperado porque los ratones se comían toda la comida que guardaba en su despensa y ya no sabía qué podía hacer para solucionarlo. Un buen día pasó por allí don Gato, que era muy espabilado, y le propuso darle de comer a cambio de exterminar a los ratones.
Pero esto no satisfizo a don Gato, que prefirió hacer un pacto con los ratones. Estos podrían seguir saqueando las provisiones de don Oso a cambio de que le dieran los alimentos más sabrosos. Los ratones aceptaron y don Gato se dio la gran vida.
Harto ya de tanto saqueo, don Oso contrató a un enorme perrazo, que dio buena cuenta de los ratones y de don Gato en un abrir y cerrar de ojos.
¡Ah, si don Gato se hubiese conformado con lo que le ofrecía don Oso!

«Si engañas, debes pensar que alguien más listo te descubrirá.»

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El gato mendigo

Un gato vivía en una casa donde había muchos ratones, por lo que nunca le faltaba comida. Un día se dio cuenta de que ya no podía cazar ratones como antes y decidió convertirse en un gato mendigo.
Al verlo tan bonachón, todos empezaron a quererle, excepto una vieja rata muy desconfiada.
Un día, una liebre y un gorrión peleaban por subirse a un tronco podrido. El gato les dijo:
-¿Por qué peleáis? Yo arreglaré la cuestión.
Mientras hablaba se iba acercando a ellos para atraparlos al primer descuido. La vieja rata, viendo lo que se proponía, dio un chillido. La liebre y el gorrión huyeron. Ella hizo lo mismo y el gato se quedó sin comida.

«Más vale prevenir que lamentar.»

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El gatito y el canario

Gatito era muy terco, jamás daba su pata a torcer ante los demás.
Un día, Gatito se fijó en un hermoso canario cuya jaula colgaba de un gancho muy alto. Se relamía pensando en el sabroso bocado que tenía ante sus ojos.
«iHuuuum! Voy a comerme a éste cueste o que cueste», pensó.
Muy tranquilo, Gatito se sentó frente a a jaula en la que vivía el canario y aguardó oacientemente. El canario, compadecido del pobre gato, le dijo:
-Creo que estás perdiendo el tiempo, porque nunca voy a salir de esta jaula. ¿No sería mejor que subieses a aquellos árboles que se ven a lo lejos? Seguro que allí hay pájaros.
-Por mí no te preocupes, amigo. Si es necesario, esperaré toda la vida.
-Allá tú. Yo ya te he advertido -dijo el canario muy tranquilo.
Pasaron horas, días, semanas, meses y años. Gatito se alimentaba de algún que otro ratón que pasaba por allí. Aunque se había hecho viejo, seguía firme en su propósito. Murió antes que el canario, que siguió viviendo muy tranquilo en su jaula.

«Ser ambicioso y desconfiado da malos resultados.»

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El gatito gloton

Había una vez un gatito al que le gustaban mucho las sardinas. Un día fue al mercado y, en un descuido del pescadero, el gato saltó y cogió una sardina. El pescadero corrió tras el gato. Éste, muy veloz, cruzó un prado y llegó a un arroyo. En sus aguas el gato vio algo que le llenó de envidia: otro gato que parecía estar junto a él llevaba en su boca una sardina mayor que la suya.
Sin pensarlo ni un momento el gato se lanzó al agua intentando arrebatarle la sardina. Pronto vio que no había tal gato ni tal sardina. En realidad había visto su imagen deformada. Tuvo que esforzarse mucho para salir del agua. Entretanto, la sardina había desaparecido en el arroyo.

«En vez de conformarse con la sardina que tenía, se dejó llevar por su glotonería.»

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El gallo dictador

En el gallinero, doce gallinas y sus polluelos compartían su vida con Ratoncín. Este hacía las delicias de sus compañeros con sus estupendas ocurrencias.
Un día, el dueño del gallinero metió en él un gallo muy dominante. Lo primero que hizo fue expulsar a Ratoncín a picotazos. Después obligaba a trabajar a las gallinas y a sus polluelos mucho más de lo necesario. Sin embargo, éstos, de acuerdo con Ratoncín, decidieron sublevarse contra el gallo dictador. Una noche Ratoncín untó con pegamento el palo donde se subía el gallo para dar las órdenes. Al día siguiente, cuando el gallo subió para despertarlos con su agudo «kikirikí», se quedó pegado al palo. El gallinero volvió a ser el mismo lugar alegre de antes. Naturalmente, todo lo veía el gallo desde el palo donde estaba pegado.
Tras pasar varios días pensando, comprendió que había abusado de todos y, después de pedir perdón, le despegaron del palo. Desde ese día, el gallo vivió en paz.

«De los escarmentados salen los avisados.»

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El galapago friolero

Don Galápago pasaba mucho frío en su isla. Había oído decir que navegando hacia el sur existían islas en las que hacía menos frío y el sol salía todos los días.
Empezó a construir un barco y al cabo de unos meses lo tenía ya listo para salir a navegar. Era un pequeño cascarón compuesto por unos pocos tablones roñosos y una vela mugrienta. Todos sus vecinos salieron a despedirlo, deseándole suerte en su largo viaje.
Pasados unos meses, don Galápago estaba de vuelta.
-¿Ya de vuelta? ¡Pero si se marchó usted hace sólo seis meses! -le dijo su vecino al verle.
-Hay muy poco que ver por ahí, vecino. Cuanto más al sur, más frío hace, así que prefiero vivir con este clima -le contestó, resignado, pues se había perdido en el océano. iDon Galápago! Antes de salir de viaje hay que estudiar un poco de geografía.

«Si buscas aventuras prepárate bien.»

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El fotografo

Un joven koala trabajaba como fotógrafo, pero ganaba muy poco dinero con su oficio y decidió cambiar de trabajo para poder mantener a su familia.
Después de buscar durante mucho tiempo y en todo tipo de negocios, consiguió entrar en una oficina. En realidad el trabajo no le gustaba tanto como cuando hacía fotografías, pero ganaba mucho más.
De este modo, pasados unos años, había logrado ahorrar suficiente dinero.
Con él montó un pequeño estudio fotográfico y volvió a ejercer su verdadera vocación sin problemas económicos.
Ahora ya es muy feliz y no pasa apuros económicos, ni él ni su familia.

«Quien sabe sacrificarse por un ideal acaba obteniendo su recompensa.»

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El flamenco avaricioso

Nunca se había visto un flamenco tan avaricioso. No dejaba ni un momento de trabajar con el fin de acaparar riquezas.
-Hay que trabajar el máximo posible, porque nunca se sabe -decía para justificarse.
-Miradle, va vestido como un mendigo -señalaba doña Liebre. ¡Todo por no gastar! En efecto, este flamenco, además de guardar sus riquezas, era incapaz de soltar un céntimo. Su aspecto daba lástima. Un día, el flamenco amaneció con un dolor muy fuerte de estómago y no pudo ir a trabajar.
-¡Qué desgracia la mía! -exclamó, temiendo por su futuro. ¡No puedo trabajar! Bueno, nada de llamar al médico. Cobra muy caras sus visitas. Esperaré a ver si se me pasa.
El flamenco avaricioso fue empeorando más y más. Cuando llamó al médico ya era demasiado tarde. Mientras aguardaba la muerte, comprendió que su avaricia y su tacañería le habían perdido y no eran buenas. Que os sirva de lección, queridos niños.

«La avaricia rompe el saco.»

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El fin del sueño

El perrito está construyendo un castillo de arena en una playa. Sueña con que sea el más bonito del mundo. Trabaja sin descanso muchas horas hasta que a la caída de la tarde termina su trabajo. Un maravilloso castillo se alza en la arena.
-¡Oh! ¡Qué castillo más bonito! -dice una marsopa encantada con lo que veía.
-¡Nunca he visto algo tan esbelto y resistente! -afirma una tortuga marina.
-¡Es increíble -opina otro perrito.
Sin embargo, muy poco dura el sueño. De pronto, se levanta una ola gigantesca que lo arrasa todo y el castillo se derrumba arrastrado por el agua.
¡Qué disgusto para el perrito! ¡Su gran sueño se había ido a pique!
-No sufras, hijo -le consuela su madre- todo tiene un fin. El castillo ha durado lo suficiente. Mañana podrás construir otro.

«Sueña y serás feliz.»

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El fanatico

Don Halcón era de esos que van por el mundo amenazando y avasallando a los demás. Pretendía tener la razón en todo, pues estaba convencido de que sus ideas eran las únicas verdaderas y no dejaba que le llevaran la contraria.
Un día, don Halcón se encontró con Micifuz, un gato adolescente de maneras reposadas y tranquilas.
-Micifuz, yo sé tanto que nunca he encontrado a nadie de mi talla -decía el inaguantable personaje.
-En eso tiene razón, porque es muy difícil que haya alguien tan pedante, prepotente y antipático como usted. El perfecto ignorante es el que cree saberlo todo y usted es uno de esos -le contestó Micifuz, dejándole de piedra.
Por primera vez, don Halcón había encontrado a alguien que le había dicho la verdad sin importarle su reacción.

«Siempre hay que decir la verdad aunque duela.»

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El fabricante de medicinas

Don Elefante había montado un laboratorio en e! sótano de su casa y experimentaba sin cesar con nuevas sustancias químicas, pues deseaba terminar con las enfermedades.
Cuando llegó a viejo, casi no había enfermedad que no pudiera curar. Un día comprendió que su muerte se acercaba y tomó las debidas precauciones.
-Toma, Felisín -dijo a su ayudante, éstas son las fórmulas para seguir fabricando, suponiendo que quieras seguir con mi labor.
-¡No faltaba más, don Elefante! Hasta que me muera seguiré haciendo lo que usted, curar al enfermo y consolar al triste -respondió Felisín muy satisfecho con sus palabras.
Don Elefante murió dulcemente, pero su recuerdo permanecerá vivo, ya que quien hace el bien se asegura la inmortalidad y el amor de todos los que le conocieron.

«Haz el bien y no mires a quién.»

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El estanque mágico

Blanquito era un hermoso cisne que vivía a orillas de un pequeño estanque. Blanquito se pasaba el día imaginándose que era una gaviota voladora capaz de volar hasta el sol.
-Algún día me convertiré en la gaviota más hermosa del mundo -decía a sus amigos. Naturalmente, todos se reían de él.
Un día, mientras nadaba en el lago notó que se había convertido en una gaviota. Lleno de gozo desplegó sus alas y se remontó hasta el azul del cielo, dispuesto a llegar hasta el sol.
Jamás se volvió a ver a Blanquito por el estanque. Nadie supo que en realidad se trataba de un estanque mágico y que en el fondo de sus aguas existían fuerzas ocultas muy poderosas, capaces de obrar cualquier prodigio, por increíble que fuese.

«No sueñes demasiado y confórmate con lo que eres.»

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El erizo generoso

Don Erizo se llevaba bien con todos los animales y no le importaba regalar sus púas a quien se las pidiese. La última que le quedaba se la dio al ratón, que la quería para usarla como espada contra un gato que le perseguía y así podría defenderse.
Un día llegó una serpiente que, al ver al erizo sin espinas se dispuso a comérselo.
Cuando la serpiente estaba cerca, todos los animales que tenían alguna espina del erizo se abalanzaron sobre ella y la hicieron huir. El erizo agradeció a sus amigos su valiente y generoso gesto.
Había dado el arma que le servía como única defensa porque en realidad daba más importancia a la amistad que a la propia vida.

«La amistad es un gran tesoro.»

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El encuentro

Koki, una chimpancé muy simpática, vivía en África. Un día conoció a Rufi, un chimpancé anciano que se acercó y se pusieron a conversar. Hablaron durante horas.
-Estamos rodeados de maravillas que no sabemos apreciar. Observa atentamente a tu alrededor; entonces tu vida cambiará -le aconsejó Rufi.
Aunque no volvió a verle, Koki siempre se acercaba al mismo lugar y pensaba en lo que le había dicho su amigo.
-Sí, vi a Rufi sólo una vez. Sin embargo, me dio el mejor consejo de mi vida -dice Koki.

«Escucha a los ancianos, porque ellos son los que saben y te pueden enseñar.»

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El elefante malvado

Aquel elefante era el casero más malvado jamás visto. Iba de casa en casa cobrando los alquileres mensuales y, a los que no podían pagar, los echaba de su casa a patadas.
-¡Esos holgazanes no me engañan! Sé que tienen dinero, pero no quieren pagarme -decía enfurecido.
Los animales le temían. Muchos le odiaban, otros le compadecían. Realmente, don Elefante era digno de lástima. Una gran tormenta vino a castigar su maldad. Su casa se derrumbó debido al huracán que se produjo en la región.
-¿Qué haré? ¡No tengo dónde dormir -exclamaba, lloroso, el miserable.
Por suerte para él, sus vecinos tenían buen corazón y le construyeron una casa nueva. Desde entonces, don Elefante es un casero bueno y cariñoso con todos.

«Las buenas acciones se deben agradecer con humildad.»

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El elefante cobardica

Era un elefante terrible, pesaba muchas toneladas y sus patas dejaban enormes huellas. Imponente y fanfarrón, se pasaba el día asustando a los demás animales. Ni el león ni la pantera le causaban el más leve temor. Era realmente valiente.
-Soy el rey. Nadie puede contra mí -decía orgulloso el elefante.
Ratoncín no se asustó y decidió darle una lección. Se acercó al elefante y le dijo:
-¡Eres un cobarde y un inútil, elefante tonto! ¡Demuéstrame que me equivoco!
Antes de que el elefante pudiera reaccionar, Ratoncín se agarró al extremo de su trompa y la mordió. Después, sin dar tiempo a su rival, trepó por el cuerpo del elefante y se metió en su enorme oreja y allí también mordió. Así continuó hasta cansarse, sin que el elefante pudiese hacer nada.
Desde entonces los elefantes tienen un miedo enorme a los ratones.

«No juzgues a nadie por su tamaño.»

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El elefante blanco

En la manada de elefantes nació un elefante blanco. Los demás lo consideraron una desgracia porque era diferente a los demás. Aunque era muy inteligente, lo despreciaban por su color.
Un día el jefe de la manada cayó en una trampa tendida por unos cazadores. El elefantito blanco lo salvó y el jefe, agradecido, le nombró su primer lugar teniente.
Todos comprendieron que hay cosas más importantes que el color de la piel.

«No juzgues a nadie por el color de su piel.»

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El dinosaurio

Un día en que el dinosaurio Dino iba alegre caminando por el campo, pisó sin querer una florecilla que no tardó en marchitarse y morir.
Dino se puso muy triste y sus amigos decidieron buscar una solución.
El saltamontes, que era el más sabio de todos, dijo decidido su idea:
-Si Dino tiene tanto miedo de aplastar las flores, que salte de puntillas, así no hará daño a nadie. Desde entonces Dino saltó y bailó siempre de puntillas.

«Es bueno buscar el lado positivo.»

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El destino

Manolo era un perrito muy feliz cuyo único sueño era ser futbolista. Lo deseaba por encima de cualquier otra cosa en el mundo.
Seré el futbolista más famoso del mundo y nadie podrá impedirlo -decía constantemente.
-Hijo, si por alguna causa no llegas a ser un buen futbolista no te hundas por ello, a veces también hay que tener suerte -le decía su padre.
-¿Suerte? No, lo que cuenta es la voluntad -le contestaba Manolo.
Pasó el tiempo y Manolo sufrió una caída y se rompió una pata. Nada pudieron hacer los médicos por curársela y tuvieron que amputarla. Manolo ya no podría ser un futbolista famoso. Sin embargo, con el tiempo consiguió ser un comentarista de fútbol de mucho prestigio.

«En esta vida confórmate con lo que consigas.»

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El desconocido

Cisne era un vagabundo que iba de casa en casa haciendo compañía y alegrando a los animales viejos y enfermos.       
Si alguien estaba enfermo y lloraba apoyado en el tronco de un árbol, Cisne aparecía, le consolaba con bellas palabras y le prometía que, en uno o dos días, le enviaría a casa un regalito.
Efectivamente, al cabo de un par de días el enfermo recibía la medicina que necesitaba, aunque él no le hubiese tomado en serio. A Cisne no le importaba que al principio nadie quisiese hablar con él. Al cabo de un tiempo, cuando ya le conocían bien, confiaban en sus palabras. Ahora los amigos de Cisne se cuentan por cientos.

«No se debe juzgar sin conocer.»

0.999.5 anonimo fabula,

El desafio

Allí estaba doña Tortuga patas arriba en el suelo entre las burlas de Rayo y las risas de todos.
-¡Parece mentira que te comportes así! -dijo doña Tortuga muy enfadada por lo que había hecho Rayo.
-Es que es usted tan lenta que la ráfaga de viento que he levantado la ha tirado -contestó Rayo riendo.
-No ha sido una ráfaga de viento. Tú misma me has empujado, ¡mentirosa! -respondió doña Tortuga cada vez más irritada-. Ade-más, yo soy lenta pero segura. Tú, en cambio, eres una atolondrada.
-¿Me está desafiando? -preguntó Rayo molesta.
-¡Eso es! Voy a demostrar que no eres más que una fanfarrona. Yo, que soy tan lenta, voy a ganarte en una carrera -anunció doña Tortuga.
-¿Han oído ustedes? ¡Desafiarme a mí! -exclamó Rayo un poco nerviosa.

«Cada uno debe estar contento con lo que tiene.»

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