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viernes, 1 de noviembre de 2013

El tigre burlado

Tres cervatillos descansaban a orillas de un río muy caudaloso. De repente, se abalanzó don Tigre, pero en vez de atacarlos, comentó:
-iHum! ¡Qué buen aspecto tenéis! Voy a darme un banquete a costa vuestra.
-¿Ah, sí? -contestó uno de los cervatillos. Hemos oído que es usted capaz de dar unos saltos enormes y, ya que vamos a morir, quisiéramos verle dar un salto.
-Ahora lo veréis. ¿Veis ese madero que flota en el río? Saltaré sobre él y luego saltaré otra vez a tierra y os comeré a los tres.
En efecto, don Tigre saltó al madero, pero cuando intentó volver a tierra el madero había sido arrastrado hacia dentro y no pudo llegar a la orilla con su salto. Cayó al agua y rápidamente la corriente lo arrastró.
Los cervatillos se llevaron una gran alegría al ver desaparecer a don Tigre.

«Se debe pensar antes de actuar.»

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El tiburon

Tiburón hizo la carrera de Turismo con buenas notas y obtuvo un empleo como guía turístico. Su trabajo consistía en enseñar el mar a peces venidos de muy lejos. Tiburón sabía dónde encontrar en el fondo del mar restos de barcos hundidos, ánforas, monedas de oro y plata... El último día de cada mes su jefe le pagaba el sueldo. Pero Tiburón era derrochador y a los pocos días de haber cobrado ya no le quedaba ni un céntimo. Un día, sus padres tuvieron apuros económicos y le pidieron dinero prestado. Tiburón, avergonzado, confesó que no le quedaba un céntimo. Tanta rabia le dio el disgusto causado a sus padres que, a partir del mes siguiente, Tiburón administró su sueldo con gran cuidado.

«Tu sueldo no debes malgastar, algún día lo podrás necesitar.»

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El tejon trasnochador

Tejoncito duerme durante el día y sale por la noche porque encuentra todo mucho más divertido en la oscuridad. Puede reconocer a cualquier animal por el brillo de sus ojos. Descubre las trampas de los cazadores y no hay fiera que pueda atraparle porque en un instante excava una cueva y se mete en ella, estando así a salvo del peligro.
Sin embargo, aquella noche Tejoncito vio un par de enormes ojos que se echaban sobre él. Despedían una luz potentísima y le cegaban. En el último momento pudo reaccionar y evitar el atropello. Al cabo de un rato recordó que eran los faros de un coche.
Tejoncito se llevó tal susto que nunca más ha vuelto a salir de noche.

«No es bueno trasnochar siempre.»

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El señor y la señora avestruz

Los domingos el señor Avestruz quiere ver el partido de fútbol, mientras que la señora Avestruz quiere ver la novela. Gritos, platos rotos, amenazas... Los vecinos ya están acostumbrados a esas broncas enormes y todos se ponen tapones en los oídos.
Hoy ha habido suerte. La televisión se ha estropeado y no hay motivo para que el matrimonio se pelee. Ninguno de los dos podrá ver su programa favorito.
-¡Qué tontos hemos sido! ¡Mira que poner en peligro nuestra unión por unos tontos programas! -exclama él, al darse cuenta del motivo por el que peleaban.
-Tienes razón querido. Lo importante es que seamos felices juntos, así que vamos a dejarla como está y nos vamos al campo a merendar. ¿Te parece bien que lo hagamos esta misma tarde? -propone ella.
-¡Buena idea! -exclama su marido.
¡Es tan fácil evitar peleas! Sólo es necesario un poquito de buena voluntad y de atención al otro.

«Sin televisión se acabó el follón.»

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El señor ciempies

Al señor Ciempiés le daba mucha pereza calzarse todas las mañanas, pues tardaba mucho tiempo en ponerse uno a uno cien zapatos. Sin embargo, un día le invitaron a una fiesta y tenía que ir calzado.
Se fue a la zapatería de don Escarabajo para comprar cincuenta pares de zapatos y le pidió los cincuenta pares, todos iguales en talla, color y diseño. ¡qué problema tan grande para el señor Escarabajo!
Este se puso a revolver la tienda, de arriba a abajo, y al fin pudo reunir cincuenta pares de la misma talla, aunque eran de diferente color.
Tras mucho cavilar buscando una solución, el señor Escarabajo le propuso pintarlos todos de negro.
Al no ver otra solución para su problema, el señor Ciempiés aceptó. Finalmente fue a la fiesta, y causó sensación entre los asistentes. No solo por tener tantos pies, sino por haberlos podido calzar todos con tan bonitos y relucientes zapatos.

«Si te esfuerzas al final encontrarás lo que necesitas.»

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El saltamontes y el perro

Un saltamontes decidió divertirse a costa de un perro callejero.
-Te apuesto lo que quieras a que soy más veloz que tú y me canso menos.
El perro, sorprendido, replicó algo molesto:
-¿Que tú corres más que yo y te cansas menos? ¡Vete de aquí y déjame en paz!
El saltamontes insistió hasta que el perro, aburrido de oir siempre la misma cantinela, quiso darle una lección.
-¡Uno, dos y... tres! -gritó un sapo, que hacía de juez de la carrera.
El perro salió disparado y no se dio cuenta de que, un momento antes, el saltamontes había saltado sobre su lomo.
El perro siguió corriendo hasta que, a pocos metros de la meta, el saltamontes dio un gran salto desde el lomo y fue a caer en la misma línea de meta antes de que la cruzara el perro. ¡Había vencido!
El perro, asombrado, aún debe de andar preguntándose cómo pudo ser vencido por el astuto saltamontes.

«No te distraigas en lo que hagas.»

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El saltamontes triste

El pobre saltamontes estaba muy triste pues había nacido con una pata más corta que la otra y no podía saltar como los demás.
Todos intentaban animarle contándole historias, pero el saltamontes lo que quería era saltar. Un grillo y un gusano, ambos amigos del saltamontes, paseaban un día y vieron a dos cucarachas que habían encontrado unos muelles abandonados. Ambas jugaban con ellos dando saltos cada vez más grandes.
El grillo y el gusano tuvieron la misma idea. Corrieron junto a su amigo el saltamontes llevando consigo uno de tales muelles.
-¡Toma, aquí te traemos algo que puede ayudarte! -dijo el grillo. Dudó el saltamontes antes de practicar saltos con el muelle.
Aunque al principio no lo utilizaba bien, al poco tiempo daba unos saltos grandísimos.
Su problema se había solucionado gracias a los buenos amigos que tenía.

«Una buena amistad mucho puede arreglar.»

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El saltamontes negociante

Saltamontes estaba sin trabajo y necesitaba dinero para comprar ropa y comida. Todas las mañanas al levantarse se preguntaba cómo podría conseguirlo. Saltamontes pensó y pensó en varias ideas, pero ninguna le convencía, hasta que un día exclamó entusiasta:
-¡Tengo la idea salvadora! Haré de «taxi» y llevaré a los animales que lo necesiten de un sitio a otro. Podré ayudarles y, de paso, ganaré el dinero que necesito.
¡Qué gran ocurrencia la suya! Muchos animales viejos e inválidos vieron solucionado su problema de transporte, pues no podían cruzar el río sin ayuda.
De esta forma Saltamontes fue feliz. Satisfecho con su nueva vida y su nueva profesión, trabajó duro y ganó dinero para comprar ropa y comida.

«El trabajo ayuda a vivir.»

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El saltamontes mensajero

El saltamontes se sentía muy desgraciado a causa de su peculiar forma de andar. Lo hacía a grandes saltos y, debido a ello, no podía pasear con sus amigos por el bosque con la debida normalidad, charlando tranquilamente. Fácil es de comprender su tristeza y pesar, puesto que el inconveniente no tenía remedio: había nacido así.
Nuestro saltamontes se pasaba días enteros sin querer ver a nadie, tal era la congoja que sentía. Apenas comía y evitaba salir al bosque. Sentía un complejo enorme por sus andares, cosa absurda, ya que la Naturaleza no hace las cosas a tontas y a locas, pero ¡cualquiera le convencía de eso!
Los hechos, sin embargo, vinieron a resolver la situación. El rey de su comunidad declaró la guerra a los habitantes del territorio vecino y él fue encargado por su soberano de observar los movimientos del enemigo, para después informarle personalmente sobre los mismos. Entonces se pusieron de manifiesto las grandes dotes de nuestro saltamontes. Con sus prodigiosos saltos era capaz de franquear cualquier obstáculo y de encaramarse al lugar más propicio para observar el panorama que se extendía mas allá. No tardó en convertirse en el vigía favorito de su reino y, gracias a sus inestimables servicios, la victoria sonrió a sus amigos.
Desde entonces, el saltamontes dejó de preocuparse por su «defecto», ya que no era tal. Simplemente, andaba de forma distinta a la de sus amigos.

«No hay mal que por bien no venga.»

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El ruiseñor de las cumbres

Canto para los demás, pero también para mí -decía un ruiseñor. Quien quiera escucharme es libre de hacerlo.
Un águila se pasaba los días volando alrededor del árbol ocupado por el ruiseñor para llamar su atención, pero el ruiseñor no le hacía caso alguno, le ignoraba por completo. Entonces el águila, muy triste, se fue a una montaña lejana y no quiso volver a verle.
-No estábamos hechos el uno para el otro -comentó el ruiseñor. Pertene-cíamos a especies diferentes. Y cantó en honor del águila tres días seguidos porque era lo único que podía hacer por ella.

«Ser amigos siempre es posible.»

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El rinoceronte y la gaviota

Un rinoceronte se había hecho muy amigo de las aves. Un buen día llegó a sus dominios una gaviota errante que venía de la costa. Quería conocer mundo y se había adentrado en tierra firme. Al ver al rinoceronte tumbado al sol, lo confundió con una roca y se posó sobre él pues estaba cansada de tanto volar.
Al sentir un leve cosquilleo en su lomo, el rinoceronte se movió inquieto para ver lo que le molestaba. La gaviota, asustada, alzó el vuelo y el rinoceronte le gritó:
-No te preocupes. Anda, ven y cuéntame qué haces aquí -dijo sonriendo.
Y nació una gran amistad entre ambos; pero llegó el mal tiempo y la gaviota tuvo que regresar a la costa. El rinoceronte quedó muy apenado.
Se había acostumbrado a su compañía. Sin embargo, se consoló con el recuerdo de los días tan hermosos que habían pasado juntos.

«No es buena la soledad.»

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El rey mono y la zorra

Había un mono muy gracioso que divertía a todos los animales. Era tan famoso que ¡os demás lo nombraron rey de aquel territorio para que lo gobernara con humor.
Una zorra, llevada por su envidia, quiso demostrar que el mono no servía para tal cargo.
-Os engaña con su simpatía, pero nada tiene que ver con las cualidades que ha de tener un rey -intentó convencerles.
Llevó al rey mono hasta un cepo donde había puesto un trozo de carne. El mono, al verlo, se abalanzó apresurado y confiado sobre la carne y quedó atrapado.
Esto sirvió para demostrar la incompetencia del rey mono para gobernar, que valía para alegrar a la muchedumbre pero carecía de dotes para dirigir a los demás.

«Muchas cualidades hay que tener para saber gobernar.»

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El rey enfermo

Don León, el rey de la selva, no podía comer ni masticar cosa alguna.
El dentista sólo veía una solución.
-Tendrá usted que dejarse arrancar dos colmillos. Los tiene casi destruidos por la caries. Es la única forma de que los dolores desaparezcan.
-¿Cómo?, ¿qué dice usted? Yo soy el rey de la selva. Si pierdo los colmillos, todos me despreciarán y perderé el trono -se quejó don León.
Tan grandes llegaron a ser los dolores, que prefirió renunciar a sus poderes antes que seguir en semejante estado. Los animales de la selva se reunieron para deliberar.
El león siempre había sido bueno y justo, se merecía seguir siendo rey. El único problema era que no podría defender el territorio. Aunque, en realidad, nadie fuera de la selva sabía lo que le había sucedido al rey. Era cuestión de guardar el secreto...

«Siempre es importante guardar un secreto.»

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El rey

En esto, un gran ciervo pasa junto a él y le dice que le siga. Es su padre y Ciervito le sigue. Al final llegan a un río. Lo cruzan y allí multitud de animales los aclaman. Ciervito, angustiado, pregunta:
-¿Dónde está mi madre?
-No te preocupes, voy a salvarla.
Nada más decir esto, el majestuoso ciervo se interna en el bosque de Abetolandia.
Jamás se ha vuelto a ver a la pareja, pero en el centro del bosque calcinado se alza un tronco quemado que curiosamente tiene el mismo aspecto que el majestuoso ciervo y su compañera.

«Unos terminan su camino, pero la vida sigue.»

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El regalo

A Pingüino le habían regalado un fusil de pesca submarina. Entusiasmado con su nueva arma, disparaba a todo pez que se le ponía delante por el solo placer de disparar. No había pez por los alrededores que no llevara alguna herida o cicatriz causada por el terrible fusil de Pingüino.
Un día, Pingüino se topó con una ballena y le disparó un arpón. El arpón sólo arañó la piel de la ballena. Ésta, furiosa, le quitó el fusil y se llevó a Pingüino mar adentro.
Desde allí tardó varios días en regresar a su casa y en el camino tuvo que soportar las burlas de los pececillos a los que antes disparaba su terrible arpón.

«No ataques a los mayores; ellos saben más que tú y te castigarán con razón.»

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El ratoncillo orgulloso

Había un ratoncito que se creía el más guapo por tener un rabo muy largo. Sus amigos le decían:
-Ratoncito, no es bueno tener un rabo tan largo. Los gatos te pueden coger con mucha facilidad. Además debe de ser muy molesto tener un rabo tan pesado.
Ratoncito, orgulloso de tener un rabo lustroso y grande, no hacía caso a nadie. Un día llegaron al pueblo unos gatos hambrientos.
Todos huyeron; Ratoncito quiso huir, pero ¡ay! su rabo quedó enganchado. Un gato atrapó el rabo y, tirando de él, pronto tuvo a Ratoncito a su alcance. Por mucho que Ratoncito intentó librarse no había manera, pues el gato era más fuerte que él y le tenía bien sujeto por el rabo.
-¡Así que tú eres el ratón que andaba presumiendo de rabo! ¡Infeliz, vas a recibir tu merecido por imprudente! -le dijo el gato, y en un santiamén se lo comió.

«Mejor ser humilde que orgulloso.»

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El ratoncillo que queria volar

Un ratoncillo quería imitar a los pájaros. ¡Qué fantástico sería volar alto teniendo el mundo debajo! Un día comenzó a recoger las plumas sueltas que había por el campo y se fabricó dos pequeñas alas. Armado con ellas se subió a la rama más alta de un árbol y, desplegando las alas, se lanzó al espacio.
El ratoncillo cayó al suelo dándose un golpe terrible. Se rompió dos patas y varios dientes.
Durante su larga convalecencia con sus patas enyesadas recordaba el placer de correr, brincar y poder hincarle los dientes a un queso o coger piñones.
El ratoncillo se curó y volvió a corretear. Estaba contento con las patas que la naturaleza le había dado. ¡Los pájaros, a volar! El era feliz corriendo sobre la tierra.

«Sé feliz con lo que tienes y no intentes ser siempre como los demás.»

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El ratoncillo desobediente

Hijo, el mundo está lleno de peligros -decía el ratón a su hijo, ¡ten mucho cuidado con el gato! Mira bien dónde vas y procura no tocar nacía sin haberlo examinado antes con atención.
Sin embargo, el ratoncillo recorría todos los rincones de la casa sin acordarse de los consejos de su padre.
Un día encontró en un rincón un trozo de queso sobre un extraño aparato.
-No parece que haya nadie por aquí -se dijo el ratoncillo. ¡El queso es mío!
Y se acercó para hincarle el diente, pero entonces... izas!, una barra metálica se disparó y se clavó en su cuello. Así terminaron las aventuras del incauto ratoncillo.

«Los mayores tienen más experiencia.»

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El raton mentiroso

En el País de los Ratones, Piculín fue nombrado por el rey encargado de repartir el dinero destinado a la gente necesitada. Al principio, Piculín cumplió bien su cometido, pero al poco tiempo empezó a quedarse con parte del dinero y cada vez eran más los pobres a los que negaba la ayuda.
A los oídos del rey llegaron quejas de que Piculín se estaba quedando con parte del dinero, por lo que decidió vestirse de mendigo y pedir limosna a Piculín.
Se presentó ante él en plena noche y Piculín le gritó, hecho un energúmeno:
-¡Fuera de aquí, gandul! ¡Tú vienes a aprovecharte de mi bondad! ¡Fuera!
El rey, enfurecido, ordenó encarcelar de por vida a Piculín para escarmiento de todos los mentirosos y estafadores.

«Todo estafador merece un castigo.»

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El puma y el cuervo

Era un puma único en las montañas por su fiereza. Atacaba a todo lo que se movía y nunca quedaba satisfecho.
Con el paso del tiempo empezó a estar viejo. Ya no veía ni oía bien. «¿Qué puedo hacer?», pensaba angustiado.
Decidió hacer un pacto con un cuervo. A cambio de una parte de su comida, le avisaría cuando algún animal estuviese cerca.
Todo marchó bien durante un tiempo pero el puma era avaricioso y cada vez daba menos comida al cuervo. Así que éste, un día, no aguantó más y no le avisó cuando llegaba un cazador, que lo cazó sin problemas.
¡Más le hubiera valido al puma no ser tan egoísta y pensar algo en los demás!

«El egoísta siempre acaba mal.»

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El pulpo goloso

Pulpín es un cetáceo muy goloso. Cada día pide a su mamá unas monedas para comprarse un helado en casa de la langosta anciana, miope y despistada, que no se entera de lo que pasa a su alrededor.
Mientras ella busca el helado que le ha pedido Pulpín, éste se apodera con sus ocho tentáculos de todas las golosinas que hay en el mostrador, riéndose para sus adentros.
La langosta no se explica lo poco que le dura la mercancía del mostrador con lo que gana. Un día, Pulpín padece una indigestión. La madre Pulpo se extraña de que sólo un helado haya sido la causa de una indigestión tan grande y acude a la tienda de la langosta, donde hablando, hablando, las dos descubren lo sucedido.
La solución es sencilla. Cuando Pulpín se reponga del empacho trabajaré como ayudante en la tienda hasta que haya reparado todos sus robos.

«Si golosinas quieres tomar, recuerda que las tendrás que pagar.»

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El puercoespín guardián

El puercoespín es un animal muy feo y da algo de miedo, pues tiene todo su cuerpo lleno de púas. Sabe que nadie le quiere. ¿Qué culpa tiene él de ser así? Siempre intenta jugar con los demás animales pero ellos no quieren porque dicen que se pinchan cuando se acercan a él.
Un día llegó un lobo hambriento dispuesto a comerse a varios animalitos y todos se refugiaron en un rincón al que sólo se entraba por un sitio estrecho. El puercoespín fue con los demás pero se quedó en la entrada tapándola con su cuerpo lleno de púas. Cuando llegó el lobo, intentó pasar pero se pinchó con las púas y tuvo que irse.
Desde entonces todos son amables con el puercoespín y juegan con él.

«No desprecies a los feos, también ellos pueden ayudarte.»

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El profesor del delfin

El profesor Delfín era sabio y tolerante. Creía que el castigo no era conveniente y prefería convencer a sus alumnos de la necesidad de portarse bien y estudiar en serio, pero ellos no le hacían el menor caso.
Las gamberradas en clase iban en aumento. Una tarde, Osito quiso dar un susto a Ardillita. Se levantó de su pupitre y, cuando se aproximaba a su compañera por detrás, tropezó con un armario y éste cayó sobre la cabeza del profesor Delfín. Para sustituirle, llegó el profesor Atún, famoso por su severidad. Castigaba a la clase entera por cualquier motivo.
-¡Al primero que haga alguna trastada lo expulso! -solía amenazar el profesor Atún.
Todos los alumnos echaban de menos al profesor Delfín y le pidieron que cuando sanase volviese con ellos. Antes le prometieron que se portarían bien y estudiarían mucho.
El profesor Delfín volvió a la clase y ésta llegó a convertirse en la más brillante y estudiosa de toda la escuela.

«La tolerancia y el cariño son siempre preferibles al castigo y las amenazas.»

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El pollito mentiroso

Pollito no abría el pico más que para decir mentiras. Sus amigos decidieron no volver a hacerle caso nunca más. Pero llegó el cumpleaños de Pollito, que corrió a invitar a sus amigos a su fiesta.
-Os espero a las siete. Sed puntuales, sabéis que no me gustan los retrasos -les pidió a todos.
-Muy bien, iremos -dijeron sus amigos, dispuestos a no hacerle caso, pues creían que les estaba mintiendo. Pollito esperó y esperó... en vano, porque ninguno de los invitados acudió a celebrar su cumpleaños.

«Las mentiras siempre crean desconfianza y las consecuencias son tristes.»

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El pollito copion

Pollín, en lugar de hacer los deberes y estudiar, pasaba el tiempo jugando, y luego, siempre copiaba examen a algún compañero.
Un día, el profesor se dio cuenta y se puso de acuerdo con el primero de la clase para prepararle una trampa.
Al poner el siguiente examen, el profesor sentó a Pollín junto a su cómplice y dictó los ejercicios. De acuerdo con el plan previsto el compañero de Pollín empezó a escribir disparates y Pollín, que no se fijaba en lo copiaba, puso lo mismo.
El profesor colocó el examen de Pollín en la puerta de la clase para que todos lo vieran. ¡Qué vergüenza tan enorme pasó! Desde aquel día no ha vuelto a copiar, ya sabe que es una cosa tonta e inútil.

«Si copias, no entiendes; pero si estudias, aprendes.»

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El pinguino gloton

Había en una isla un pingüino que sólo sabía comer y comer. Se pasaba el día pescando y comiéndose sus presas.
-Hijo -le decía su madre. ¿Por qué no juegas con tus amiguitos? ¿No te divierten?
-No, prefiero no verles porque estoy muy ocupado pescando -respondió muy serio.
-Pero, hijo, los otros pingüinos juegan y pasean -dijo ella sorprendida y preocupada.
Después de muchas tardes así, sus padres lo dejaron finalmente por imposible.
Un día nuestro pingüino se encontró con unos amiguitos que hacían cabriolas y saltaban. El también quiso jugar como ellos sin acordarse de lo gordo que estaba. No tenía agilidad para saltar ni para correr. ¡Cómo se rieron todos de él! ¡Qué mal lo pasó!

«Si no haces ejercicio no serás ágil.»

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El pingüino friolero

Pablo no era como los demás pingüinos de la colonia, pues mientras ellos se pasaban el día bañándose en las aguas casi heladas, él se quedaba en su iglú junto a una estufa. «¡Ah, si yo pudiera estar en una playa tropical, tostándome al sol y con los pies sobre la arena caliente!», pensaba.
A medida que avanzaba el invierno, el frío era mayor y Pablo, incapaz de resistir más, se construyó una barca de hielo y se hizo a la mar. Navegando hacia el sur durante varias semanas, cuando ya el hielo del que estaba hecho su barco casi se había deshecho del todo. Pablo avistó unas exóticas islas con palmeras y se dírigió hacia allí. Dos años lleva Pablo viviendo en ese raíso solitario. Es muy feliz porque se pasa todo el día tomando el sol en la playa.

«Si quieres ser feliz, busca con perseverancia lo que deseas.»

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El pianista

Canguro soñaba con convertirse en un gran pianista. Sin embargo, era ciego y todos se encogían de hombros resignados cuando le oían decir con gran ilusión:
-Con el tiempo podré tocar las obras más bonitas y complicadas.
Sus padres se gastaron todos sus ahorros en comprarle un piano de cola para que su hijo fuera feliz, pero pensaban que no conseguiría tocar bien el piano.
Después de practicar mucho, Canguro sorprendió a todos en un recital que dio en su casa interpretando obras muy famosas y difíciles. Fue un éxito.

«Con voluntad y constancia se puede conseguir todo.»

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El perro y el zorro

Cierto día, un zorro flaco y hambriento salió a buscar algo que comer, pues no podía seguir así. En el camino se topó con un perro gordo. Lleno de envidia, le preguntó:
-¿Cómo es que siendo yo más rápido y astuto que tú paso tanta hambre y tú, en cambio, pareces feliz?
-Tengo un amo que cuida de mí, y estoy muy a gusto cuidando de su casa y de su familia -respondió el perro con una sonrisa.
-¿Para qué sirve ese collar? -preguntó el zorro.
-A veces mi amo me ata y el collar sirve para enganchar la cuerda. Así no puedo moverme -explicó el perro.
El zorro se alejó mientras se decía: «Si para comer tengo que renunciar a mi libertad, prefiero seguir como hasta ahora. Yo busco y encuentro comida cuando quiero».

«Unos tienen responsabilidad, otros quieren libertad.»

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El perrito y el hueso

Curro era un perrito que tenía la fea costumbre de robar huesos y enterrarlos en el jardín de la casa donde vivía. Un día encontró un gran hueso y decidió enterrarlo con los demás. Al pasar por el salón, tiró al suelo un valioso jarrón de porcelana y se hizo añicos
-¿Qué voy a hacer ahora? ¡Mi ama se pondrá furiosa! -exclamó aterrado.
Recogió los trozos del jarrón y los enterró en el jardín junto con los huesos. Lo malo es que se dejó olvidado el hueso en el lugar en el que estaba el jarrón.
Cuando su ama vio el hueso adivinó lo sucedido y castigó a Curro a no salir de casa hasta que se le pasara esa fea manía.

«Es difícil engañar a los mayores, siempre saben más.»

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El perrito que hacia cometas

Perrito era un artista haciendo cometas.
¡Disfrutaba tanto con ellas! Las construía cada vez más grandes, pero nunca estaba satisfecho de cómo le quedaban.
Un día decidió hacer una cometa gigante. Cuando la terminó, la arrastró hasta un pequeño altozano ayudado por su amigo el oso.
Llegado el momento, una fuerte ráfaga de aire elevó la cometa, que le arrastró tras ella elevándose en el aire. Pronto se perdió en lo alto del cielo, entre las nubes.
Perrito y su cometa siguen todavía dando vueltas y más vueltas alrededor de la Tierra. ¡Qué viaje más fantástico! ¿Dónde aterrizarán?

«Antes de tu cometa lanzar, debes pensar lo que te puede pasar.»

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El perrito malo

Había una vez un perrito malo que daba tan terribles consejos a sus amigos, que éstos se volvían tan malos como él. A los padres de los otros perritos no les gustaba verlo por allí y no dejaban que sus hijos jugasen con él. El alcalde tuvo que advertir seriamente a Perrito:
-Si continúas dando malos consejos a tus amigos voy a expulsarte de este pueblo.
Perrito no hizo caso y cada día era mayor el número de perros delincuentes.
Finalmente, el alcalde expulsó del pueblo a Perrito. Este, al verse solo y desamparado, comprendió que tenía que cambiar de conducta si quería llevar una vida honrada y tener amigos. A partir de entonces cambió.

«A veces, nos hace falta recibir una dura lección.»

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El pequeño tigre

Doña Tigresa intentó llevar a Tigrín al colegio y el pequeño organizó un escándalo enorme. Muy preocupado, consultó el problema con su amiga doña Zorra.
-Yo lo arreglo -dijo ésta muy resuelta. Mañana, a la hora de ir al colegio lo dejas jugando delante de casa. Del resto me encargo yo.
A la mañana siguiente Tigrín se quedó jugando tranquilamente en el jardín. Creía que ya nunca más volvería a la odiada escuela. Doña Zorra, disfrazada de brujo, se echó sobre él y lo metió en un saco.
-Conque no quieres ir al colegio como tus hermanos, ¿eh? ¡Pues voy a comerte!
-¡No, por favor, doña Bruja, no me coma! Yo le prometo que desde mañana iré solito a clase, sin que nadie me obligue -imploró, de rodillas, T¡grín con gesto de espanto.
Y desde el día siguiente, Tigrín iba a la escuela antes que los demás, sin que nadie le acompañara.

«El que se porta mal en algún momento tiene su escarmiento.»

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El pequeño lloron

El pequeño puma todo lo pedía llorando. Como es lógico, nadie le tomaba en serio y se burlaban de él, pues pensaban que era un quejica.
Tanto llorar por nada al final tuvo su castigo. Un día se le clavó una púa en la pata y se echó a llorar, esta vez con razón, pues sentía un gran dolor, pero nadie le hizo caso. La herida se le infectó y tuvieron que cortarle la patita.
Así, el pequeño puma comprendió lo perjudiciales que eran sus falsas lágrimas y por qué las verdaderas no habían surtido efecto.

«No engañes a los demás porque al final lo sufrirás.»

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El pequeño gorrion

Un grupo de pájaros andaba revoloteando sin saber qué hacer. Por fin, un gorrión propuso jugar al escondite, Mientras un canario contaba con los ojos cerrados, sus amigos se escondieron. El gorrión conocía un sitio donde seguro que nadie lo encontraría. Allí se refugió, pero no podía oír las voces de los demás que le llamaban porque se acercaba una tormenta.
Cuando ya el gorrión, extrañado por la tardanza de sus compañeros, salió del escondite vio aterrado que la lluvia era tan fuerte que no podía alejarse de allí. El pequeño gorrión tuvo que pasar la noche solo.
«No debo tener miedo», se decía a sí mismo para darse ánimos. «Debo valerme por mí mismo y saber esperar.»
Cuando amaneció, dejó de llover y apareció el sol sobre el horizonte. El pequeño gorrión se había convertida en un ser fuerte y seguro de sí mismo.

«Las dificultades ayudan a ser valiente.»

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El pequeño delfin

Flit salió a pasear después de cenar. Sacó la cabeza del agua y vio que la luna brillaba en el firmamento y, alrededor de ella, millares de estrellas.
Flit se quedó tan absorto mirando el cielo estrellado que perdió la noción del tiempo. Su madre, intranquila, salió en su busca y no tardó en encontrarle extasiado y con el hocico fuera del agua.
-¿Podré venir todas las noches a ver la luna y las estrellas? -preguntó Flit.
Su madre, muy contenta, le respondió:
-¡Claro que sí! Vendremos juntos, pero ya es muy tarde y mañana tienes que madrugar para ir a la escuela.
Desde entonces, madre e hijo se han hecho grandes aficionados a la astronomía.

«Primero se debe estudiar, para después pensar y observar.»

0.999.5 anonimo fabula 

El pelicano ladron

En clase desaparecían lapiceros, gomas, pinturas, cuadernos... ¿Quién sería el ladrón? Nadie podía encontrar al culpable.
Un día, en el recreo, unos alumnos jugaban al escondite. Ranita buscaba un lugar donde esconderse. Un pelícano le dijo:
-Métete en mi pico; nadie te descubrirá.
La rana obedeció y, en efecto, no pudo ser descubierta. Pensando, la rana empezó a sospechar acerca del pico del pelícano. Sería un lugar ideal para guardar cosas robadas. Advertidos los demás alumnos por Ranita, vigilaron a Pelícano quien, confiado, seguía robando lo que podía.
Una tarde, después de clase, le siguieron, Acababa de robar unas cuantas cosas. Pelícano cavó con su pico un hoyo y enterró los objetos que había robado. En ese momento sus seguidores se echaron sobre él:
-¡Ya te tenemos! -gritó Ranita.
Así fue como se resolvió el difícil caso del robo del colegio.

«Siempre se descubre al ladrón.»

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El pececito de colores

Nadando, nadando, un pez de colores descubrió un pulpo que estaba aprisionado bajo una piedra. El pececillo se dispuso a acudir en su ayuda, pero la advertencia del pulpo le detuvo en seco:
-¡No te acerques a mí, pececito de colores! ¡Si tocas la arena que me rodea perderás tus bellos colores! -le avisó con voz lastimera, resignado a su suerte.
-Poco me importan estos colores que ahora tengo -contestó. Tú necesitas ayuda.
Y así lo hizo. Tras un rato de trabajo logró liberar al pulpo. En su esfuerzo se había manchado de arena y sobre sus escamas quedaba un tinte marrón oscuro como recuerdo de sus hermosos colores.
El pececito fue admirado en todo el océano por su bondad. Aunque sus escamas ya no tenían la belleza de antes, todos sabían que tenía muy buen corazón.

«Aunque te venga mal, siempre debes ayudar a los demás.»

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El payaso

Barro y sus amigos fueron un día a un circo ambulante que había llegado al pueblo. Lo pasaron bien, pero Barro se dio cuenta de que no había payasos. Habló con el director del circo y le propuso hacer de payaso. Todo el mundo se rió mucho con las payasadas de Barro.
El director le ofreció mucho dinero por actuar en su circo:
-No acepto dinero por hacer reír. Me conformo con tener dónde dormir y algo que comer -respondió él.
Desde entonces, Barro se convirtió en la estrella del circo ambulante y dedicó todas sus energías a alegrar a los demás.

«Qué bueno es hacer felices a los demás.»

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El pavo real y la grulla

El pavo real estaba muy orgulloso de su plumaje. Un día invitó a comer a una grulla, vecina suya muy simpática y aguda.
-¿Quién puede igualarme en belleza y presencia? -decía el pavo real. Basta con que abra mi maravillosa cola para que todo el mundo me admire. Es realmente la más hermosa de todas.
-Sí, pero yo puedo volar y ver desde el cielo las maravillas de la Tierra -replicó la grulla.
-Es verdad, cada uno tiene cosas buenas.
Lo que ocurre es que nunca nos conformamos con lo que tenemos, ¿no es cierto, vecina?
-Desde luego. Mejor haríamos en alabarnos mutuamente.
Nunca más volvieron a rivalizar por tonterías el pavo real y la grulla.

«Todos tenemos algo que nos enorgullece.»


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