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martes, 12 de noviembre de 2013

La zorra y el busto

Dijo la Zorra al Busto,
Después de olerlo:
«Tu cabeza es hermosa, 
Pero sin seso»

Como éste hay muchos,
Que aunque parecen hombres, 
Sólo son bustos.


1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La tortuga y el aguila

Una Tortuga a una Águila rogaba
La enseñase a volar; así la hablaba:
«Con sólo que me des cuatro lecciones,
Ligera volaré por las regiones;
Ya remontando el vuelo
Por medio de los aires hasta el cielo,
Veré cercano al sol y las estrellas,
Y otras cien cosas bellas;
Ya rápida bajando,
De ciudad en ciudad iré pasando;
Y de este fácil, delicioso modo,
Lograré en pocos días verlo todo.»
La Águila se rió del desatino;
La aconseja que siga su destinó,
Cazando torpemente con paciencia,
Pues lo dispuso así la Providencia.
Ella insiste en su antojo ciegamente.
La reina de las aves prontamente
La arrebata, la lleva por las nubes.
«Mira, la dice, mira cómo subes.»
Y al preguntarla, digo, «¿vas contenta?»
Se la deja caer y se revienta.

Para que así escarmiente
Quien desprecia el consejo del prudente.


1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La serpiente y la lima

En casa de un cerrajero
Entró la Serpiente un día, 
Y la insensata mordía 
En una Lima de acero. 
Díjole la Lima: «El mal, 
Necia, será para ti;
¿Cómo has de hacer mella en mí, 
Que hago polvos el metal?» 

Quien pretende sin razón
Al más fuerte derribar 
No consigue sino dar 
Coces contra el aguijón.


1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La pava y la hormiga

Al salir con las yuntas
Los criados de Pedro,
El corral se dejaron
De par en par abierto.
Todos los pavipollos
Con su madre se fueron,
Aquí y allí picando,
Hasta el cercano otero.
Muy contenta la Pava
Decía a sus polluelos:
«Mirad, hijos, el rastro
De un copioso hormiguero.
Ea, comed hormigas,
Y no tengáis recelo,
Que yo también las como:
Es un sabroso cebo.
Picad, queridos míos:
¡Oh qué días los nuestros,
Si no hubiese en el mundo
Malditos cocineros!
Los hombres nos devoran,
Y todos nuestros cuerpos
Humean en las mesas
De nobles y plebeyos.
A cualquier fiestecilla
Ha de haber pavos muertos.
¡Qué pocas navidades
Contaron mis abuelos!
¡Oh glotones humanos,
Crueles carniceros!»
Mientras tanto una Hormiga
Se puso en salvamento
Sobre un árbol vecino
Y gritó con denuedo:
«¡Hola! con que los hombres
Son crueles, perversos;
¿Y qué seréis los pavos?
¡Ay de mí! ya lo veo:
A mis tristes parientes,
¡Qué digo! a todo el pueblo
Sólo por desayuno
Os le vais engullendo.»
No respondió la Pava
Por no saber un cuento,
Que era entonces del caso,
Y ahora viene a pelo.
Un gusano roía
un grano de centeno:
Véronlo las Hormigas:
¡Qué gritos! ¡Qué aspavientos!
«Aquí fue Troya, dicen:
Muere, pícaro perro»;
Y ellas ¿qué hacían? Nada:
Robar todo el granero.

Hombres, Pavos, Hormigas,
Según estos ejemplos,
Cada cual en su libro
Esta moral tenemos.
La falta leve en otro
Es un pecado horrendo;
Pero el delito propio
No más que pasatiempo.


1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La paloma

Un pozo pintado vio
Una Paloma sedienta:
Tiróse a él tan violenta,
Que contra la tabla dio.
Del golpe, al suelo cayó,
Y allí muere de contado.

De su apetito guiado,
Por no consultar al juicio,
Así vuela al precipicio
El hombre desenfrenado.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La oveja y el ciervo

Un celemín de trigo
Pidió a la Oveja el Ciervo, y la decía:
«Si es que usted de mi paga desconfía,
A presentar me obligo
Un fiador desde luego,
Que no dará lugar a tener queja.»
«Y ¿quién es éste?», preguntó la Oveja.
«Es un lobo abonado, llano y lego.»
«¡Un lobo! ya; mas hallo un embarazo:
Si no tenéis más fincas que él sus dientes,
Y tú los pies para escapar valientes,
¿A quién acudiré, cumplido el plazo?»

Si quién es el que pide y sus fiadores,
Antes de dar prestado se examina,
Será menor, sin otra medicina,
La peste de los malos pagadores.


1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La onza y los pastores

En una trampa una Onza inadvertida
Dio mísera caída.
Al verla sin defensa,
Corrieron a la ofensa
Los vecinos Pastores,
No valerosos, pero sí traidores.
Cada cual por su lado
La maltrataba airado,
Hasta dejar sus fuerzas desmayadas,
Unos a palos, otros a pedradas.
Al fin la abandonaron por perdida;
Pero viéndola dar muestras de vida,
Cierto Pastor, dolido de su suerte,
Por evitar su muerte,
La arrojó la mitad de su alimento,
Con que pudiese recobrar aliento.
Llega la noche, témplase la saña;
Marchan a descansar a la cabaña
Todos, con esperanza muy fundada
De hallarla muerta por la madrugada;
Mas la fiera entre tanto,
Volviendo poco a poco del quebranto,
Toma nuevo valor y fuerza nueva;
Salta, deja la trampa, va a su cueva,
Y al sentirse del todo reforzada,
Sale si muy ligera, más airada.
Ya destruye ganados,
Ya deja los Pastores destrozados;
Nada aplaca su cólera violenta,
Todo lo tala, en todo se ensangrienta.
El buen Pastor, por quien tal vez vivía,
Lleno de horror, la vida le pedía.
«No serás maltratado,
Dijo la Onza, vive descuidado;
Que yo sólo persigo a los traidores
Que me ofendieron, no a mis bienhechores.»

Quien hace agravios tema la venganza;
Quien hace bien, al fin el premio alcanza.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La muerte

Pensaba en elegir la reina Muerte
Un ministro de Estado:
Le quería de suerte
Que hiciese floreciente su reinado.
«El Tabardillo, Gota, Pulmonía
Y todas las demás enfermedades,
Yo conozco, decía,
Que tienen excelentes calidades.
Mas ¿qué importa? La Peste, por ejemplo,
Un ministro sería sin segundo;
Pero ya por inútil la contemplo,
Habiendo tanto médico en el mundo.
Uno de éstos elijo... Mas no quiero,
Que están muy bien premiados sus servicios
Sin otra recompensa que el dinero.»
Pretendieron la plaza algunos vicios,
Alegando en su abono mil razones.
Consideró la Reina su importancia,
Y después de maduras reflexiones,
El empleo ocupó la Intemperancia.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La mona y la zorra

En visita una Mona
Con una Zorra estaba cierto día,
Y así, ni más ni menos, la decía:
«Por mi fe, que tenéis bella persona,
Gallardo talle, cara placentera,
Airosa en el andar, como vos sola,
Y a no ser tan disforme vuestra cola,
Seríais en lo hermoso la primera.
Escuchad un consejo,
Que ha de ser a las dos muy importante
Yo os la he de cortar, y lo restante
Me lo acomodaré por zagalejo.»
«Abrenuncio, la Zorra la responde:
Es cosa para mí menos amarga
Barrer el suelo con mi cola larga
Que verla por pañal bien sé yo dónde.»
Por ingenioso que el necesitado
Sea para pedir al avariento,
Este será de superior talento
Para negarse a dar de lo sobrado.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La mona corrida

El autor a sus versos

Fieras, aves y peces
Corren, vuelan y nadan,
Porque Júpiter sumo
A general congreso a todos llama.
Con sus hijos se acercan,
Y es que un premio señala
Para aquel cuya prole
En hermosura lleve la ventaja.
El alto regio trono
La multitud cercaba,
Cuando en la concurrencia
Se sentía decir: la Mona falta.
«Ya llega», dijo entonces
Una habladora urraca,
Que, como centinela,
En la alta punta de un ciprés estaba.
Entra rompiendo filas,
Con su cachorro ufana,
Y ante el excelso trono
El premio pide de hermosura tanta.
El dios Júpiter quiso,
Al ver tan fea traza,
Disimular la risa,
Pero se le soltó la carcajada.
Armóse en el concurso
Tal burla y algazara,
Que corrida la Mona,
A Tetuán se volvió desengañada.

¿Es creíble, señores,
Que yo mismo pensara
En consagrar a Apolo
Mis versos, como dignos de su gracia?
Cuando, por mi fortuna,
Me encontré esta mañana,
Continuando mi obrilla,
Este cuento moral, esta patraña,
Yo dije a mi capote:
¡Con qué chiste, qué gracia
Y qué vivos colores
El jorobado Esopo me retrata!
Mas ya mis producciones
Miro con desconfianza,
Porque aprendo en la Mona
Cuánto el ciego amor propio nos engaña.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La mona

Subió una Mona a un nogal.
Y cogiendo una nuez verde,
En la cáscara la muerde;
Con que la supo muy mal.
Arrojóla el animal,
Y se quedó sin comer.

Así suele suceder
A quien su empresa abandona.
Porque halla, como la mona,
Al principio qué vencer.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La moda

Después de haber corrido
Cierto danzante mono
Por cantones y plazas,
De ciudad en ciudad, el mundo todo,
Logró, dice la historia,
Aunque no cuenta el cómo,
Volverse libremente
A los campos del África orgulloso.
Los monos al viajero
Reciben con más gozo
Que a Pedro el zar los rusos,
Que los griegos a Ulises generoso.
De leyes, de costumbres,
Ni él habló ni algún otro
Le preguntó palabra;
Pero de trajes y de modas todos.
En cierta jerigonza,
Con extranjero tono
Les hizo un gran detalle
De lo más remarcable a los curiosos.
«Empecemos, decían,
Aunque sea por poco.»
Hiciéronse zapatos
Con cáscaras de nueces, por lo pronto;
Toda la raza mona
Andaba con sus choclos,
Y el no traerlos era
Faltar a la decencia y al decoro.
Un leopardo hambriento
Trepa para los monos:
Ellos huir intentan
A salvarse en los árboles del soto.
Las chinelas lo estorban,
Y de muy fácil modo
Aquí y allí mataba,
Haciendo a su placer dos mil destrozos.
En Tetuán, desde entonces
manda el senado docto
Que cualquier uso o moda,
De países cercanos o remotos,
Antes que llegue el caso
De adoptarse en el propio,
Haya de examinarse,
En junta de políticos, a fondo
Con tan justo decreto
Y el suceso horroroso,
¿Dejaron tales modas?
Primero dejarían de ser monos.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La mariposa y el caracol

Aunque te haya elevado la fortuna
Desde el polvo a los cuernos de la luna,
Si hablas, Fabio, al humilde con desprecio
Tanto como eres grande serás necio.
¡Qué! ¿Te irritas? ¿Te ofende mi lenguaje?
«No se habla de ese modo a un personaje.»
Pues haz cuenta, señor, que no me oíste,
Y escucha a un Caracol. Vaya de chiste

En un bello jardín, cierta mañana,
Se puso muy ufana
Sobre la blanca rosa
Una recién nacida Mariposa.
El sol resplandeciente
Desde su claro oriente
Los rayos esparcía;
Ella, a su luz, las alas extendía,
Sólo porque envidiasen sus colores
Manchadas aves y pintadas flores.
Esta vana, preciada de belleza,
Al volver la cabeza,
Vio muy cerca de sí, sobre una rama,
A un pardo Caracol. La bella dama,
Irritada, exclamó: «¿Cómo, grosero,
A mi lado te acercas? Jardinero,
¿De qué sirve que tengas con cuidado
El jardín cultivado,
Y guarde tu desvelo
La rica fruta del rigor del hielo,
Y los tiernos botones de las plantas,
Si ensucia y come todo cuanto plantas
Este vil Caracol de baja esfera?
O mátale al instante, o vaya fuera.»
«Quien ahora te oyese,
Si no te conociese,
Respondió el Caracol, en mi conciencia,
Que pudiera temblar en tu presencia.
Mas dime, miserable criatura,
Que acabas de salir de la basura,
¿Puedes negar que aún no hace cuatro días
Que gustosa solías
Como humilde reptil andar conmigo,
Y yo te hacía honor en ser tu amigo?
¿No es también evidente
Que eres por línea recta descendiente
De las orugas, pobres hilanderos,
Que, mirándose en cueros,
De sus tripas hilaban y tejían
Un fardo, en que el invierno se metían,
Como tú te has metido,
Y aún no hace cuatro días que has salido?
Pues si éste fue tu origen y tu casa;
¿Por qué tu ventolera se propasa
A despreciar a un caracol honrado?»

El que tiene de vidrio su tejado,
Esto logra de bueno
Con tirar las pedradas al ajeno.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La leona y el oso

Dentro de un bosque oscuro y silencioso,
Con un rugir continuo y espantoso,
Que en medio de la noche resonaba,
Una Leona a las fieras inquietaba.
Dícela un Oso: «Escúchame una cosa:
¿Qué tragedia horrorosa
O qué sangrienta guerra,
Qué rayos o qué plagas a la tierra
Anuncia tu clamor desesperado,
En el nombre de Júpiter airado?»
«¡Ah! mayor causa tienen mis rugidos.
Yo, la más infeliz de los nacidos,
¿Cómo no moriré desesperada,
Si me han robado el hijo, ¡ay desdichada!»
«¡Hola! ¿Con que, eso es todo?
Pues si se lamentasen de ese modo
Las madres de los muchos que devoras,
Buena música hubiera a todas horas.
Vaya, vaya, consuélate como ellas;
No nos quiten el sueño tus querellas.»

A desdichas y males
Vivimos condenados los mortales.
A cada cual, no obstante, le parece
Que de esta ley una excepción merece.
Así nos conformamos con la pena,
No cuando es propia, sí cuando es ajena.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La lechera

Llevaba en la cabeza
Una Lechera el cántaro al mercado 
Con aquella presteza,
Aquel aire sencillo, aquel agrado,
Que va diciendo a todo el que lo advierte 
«¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!» 
Porque no apetecía
Más compañía que su pensamiento, 
Que alegre la ofrecía
Inocentes ideas de contento, 
Marchaba sola la feliz Lechera, 
Y decía entre sí de esta manera: 
«Esta leche vendida,
En limpio me dará tanto dinero, 
Y con esta partida
Un canasto de huevos comprar quiero, 
Para sacar cien pollos, que al estío
Me rodeen cantando el pío, pío. 
Del importe logrado
De tanto pollo mercaré un cochino; 
Con bellota, salvado,
Berza, castaña engordará sin tino, 
Tanto, que puede ser que yo consiga 
Ver cómo se le arrastra la barriga.
Llevarélo al mercado,
Sacaré de él sin duda buen dinero; 
Compraré de contado
Una robusta vaca y un ternero, 
Que salte y corra toda la campaña, 
Hasta el monte cercano a la cabaña.»
Con este pensamiento 
Enajenada, brinca de manera, 
Que a su salto violento
El cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero, 
Huevos, pollos, lechón, vaca y ternero. 
¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento! 
Modera tu alegría
No sea que saltando de contento, 
Al contemplar dichosa tu mudanza, 
Quiebre su cantando la esperanza.
No seas ambiciosa
De mejor o más próspera fortuna, 
Que vivirás ansiosa
Sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro; 
Mira que ni el presente está seguro.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La hermosa y el espejo

Anarda la bella
Tenía un amigo
Con quien consultaba
Todos sus caprichos:
Colores de moda,
Más o menos vivos,
Plumas, sombrerete,
Lunares y rizos
Jamás en su adorno
Fueron admitidos,
Si él no la decía:
Gracioso, bonito.
Cuando su hermosura,
Llena de atractivo,
En sus verdes años
Tenía más brillo,
Traidoras la roban
(Ni acierto a decirlo)
Las negras viruelas
Sus gracias y hechizos.
Llegóse al Espejo:
Éste era su amigo;
Y como se jacta
De fiel y sencillo,
Lisa y llanamente
La verdad la dijo.
Anarda, furiosa;
Casi sin sentido,
Le vuelve la espalda,
Dando mil quejidos.
Desde aquel instante
Cuentan que no quiso
Volver a consultas
Con el señor mío.
«Escúchame, Ánarda:
Si buscas amigos
Que te representen
Tus gracias y hechizos,
Mas que no te adviertan
Defectos y aún vicios,
De aquellos que nadie
Conoce en sí mismo,
Dime, ¿de qué modo
Podrás corregirlos?»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La hacha y el mango

Un hombre que en el bosque se miraba
Con una Hacha sin Mango, suplicaba
A los árboles diesen la madera
Que más sólida fuera
Para hacerle uno fuerte y muy durable.
Al punto la arboleda innumerable
Le cedió el acebuche; y él, contento,
Perfeccionando luego su instrumento,
De rama en rama va cortando a gusto
Del alto roble el brazo más robusto.
Ya los árboles todos recorría,
Y mientras los mejores elegía,
Dijo la triste encina al fresno: «Amigo:
Infeliz del que ayuda a su enemigo»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La gata mujer

Zapaquilda la bella
Era gata doncella,
Muy recatada, no menos hermosa.
Queríala su dueño por esposa,
Si Venus consintiese,
Y en mujer a la Gata convirtiese.
De agradable manera
Vino en ello la diosa placentera,
Y ved a Zapaquilda en un instante
Hecha moza gallarda, rozagante.
Celébrase la boda;
Estaba ya la sala nupcial toda
De un lucido concurso coronada;
La novia relamida, almidonada,
Junto al novio, galán enamorado;
Todo brillantemente preparado,
Cuando quiso la diosa
Que cerca de la esposa
Pasase un ratoncillo de repente.
Al punto que le ve, violentamente,
A pesar del concurso y de su amante,
Salta, corre tras él y échale el guante.

Aunque del valle humilde a la alta cumbre
Inconstante nos mude la fortuna,
La propensión del natural es una

En todo estado, y más con la costumbre.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La gata con cascabeles

Salió cierta mañana
Zapaquilda al tejado
Con un collar de grana,
De pelo y cascabeles adornado.
Al ver tal maravilla,
Del alto corredor y la guardilla
Van saltando los gatos de uno en uno.
Congrégase al instante
Tal concurso gatuno
En tomo de la dama rozagante,
Que entre flexibles colas arboladas
Apenas divisarla se podía.
Ella con mil monadas
El cascabel parlero sacudía;
Pero cesando al fin el sonsonete,
Dijo que por juguete
Quitó el collar al perro su señora,
Y se lo puso a ella.
Cierto que Zapaquilda estaba bella.
A todos enamora,
Tanto, que en la gatesca compañía
Cuál dice su atrevido pensamiento
Cuál se encrespa celoso;
Riñen éste y aquél con ardimiento,
Pues con ansia quería
Cada gato soltero ser su esposo.
Entre los arañazos y maullidos
Levántase Garraf gato prudente,
Y a los enfurecidos
Les grita: «Novel gente,
¡Gata con cascabeles por esposa!
¿Quién pretende tal cosa?
¿No veis que el cascabel la caza ahuyenta
Y que la dama hambrienta
Necesita sin duda que el marido,
Ausente y aburrido,
Busque la provisión en los desvanes,
Mientras ella, cercada de galanes,
Porque el mundo la vea,
De tejado en tejado se pasea?»
Marchóse Zapaquilda convencida,
Y lo mismo quedó la concurrencia.

¡Cuántos chascos se llevan en la vida
Los que no miran más que la apariencia!

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La gallina de los huevos de oro

Érase una Gallina que ponía
Un huevo de oro al dueño cada día.
Aun con tanta ganancia mal contento,
Quiso el rico avariento
Descubrir de una vez la mina de oro,
Y hallar en menos tiempo más tesoro.
Matóla, abrióla el vientre de contado;
Pero, después de haberla registrado,
¿Qué sucedió? que muerta la Gallina,
Perdió su huevo de oro y no halló mina.
¡Cuántos hay que teniendo lo bastante
Enriquecerse quieren al instante,
Abrazando proyectos
A veces de tan rápidos efectos
Que sólo en pocos meses,
Cuando se contemplaban ya marqueses,
Contando sus millones
Se vieron en la calle sin calzones.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La danza pastoril

A la sombra que ofrece
Un gran peñón tajado,
Por cuyo pie corría
Un arroyuelo manso,
Se formaba en estío
Un delicioso prado.
Los árboles silvestres
Aquí y allí plantados,
El suelo siempre verde,
De mil flores sembrado,
Más agradable hacían
El lugar solitario.
Contento en él pasaba
La siesta, recostado .
Debajo de una encina,
Con el albogue, Bato.
Al son de sus tonadas,
Los pastores cercanos,
Sin olvidar algunos
La guarda del ganado,
Descendían ligeros
Desde la sierra al llano.
Las honestas zagalas,
Según iban llegando,
Bailaban lindamente,
Asidas de las manos,
En tomo de la encina
Donde tocaba Bato.
De las espesas ramas
Se veía colgando
Una guirnalda bella
De rosas y amaranto.
La fiesta presidía
Un mayoral anciano;
Y ya que el regocijo
Bastó para descanso,
Antes que se volviesen
Alegres al rebaño,
El viejo presidente
Con su corvo cayado
Alcanzó la guimalda
Que pendía del árbol,
Y coronó con ella
Los cabellos dorados
De la gentil zagala
Que con sencillo agrado
Supo ganar a todas
En modestia y recato.
Si la virtud premiaran
Así los cortesanos,
Yo sé que no huiría
Desde la corte al campo.


1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La comadreja y los ratones

Débil y flaca cierta Comadreja,
No pudiendo ya más, de puro vieja,
Ni cazaba ni hacía provisiones
De abundantes Ratones,
Como en tiempos pasados,
Que elegía los tiernos, regalados,
Para cubrir su mesa.
Sólo de tarde en tarde hacía presa
En tal cual que pasaba muy cercano,
Gotoso, paralítico o anciano.
Obligada del hambre cierto día,
Urdió el modo mejor con que saldría
De aquella pobre situación hambrienta,
Pues la necesidad todo lo inventa.
Esta vieja taimada
Métese entre la harina amontonada.
Alerta y con cautela,
Cual suele en la garita el centinela,
Espera ansiosa su feliz momento
Para la ejecución del pensamiento.
Llega el Ratón sin conocer su ruina
Y mete el hociquillo entre la harina;
Entonces ella le echa de repente
La garra al cuello, y al hocico el diente.
Con este nuevo ardid tan oportuno
Se los iba embuchando de uno en uno,
Y a merced de discurso tan extraño,
Logró sacar su tripa de mal año.

Es feliz un ingenio interesante:
Él nos ayuda, si el poder nos deja;
Y al ver lo que pasó a la Comadreja,
¿Quién no aguzará el suyo en adelante?

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La codorniz

Presa en estrecho lazo 
la Codorniz sencilla, 
daba quejas al aire, 
ya tarde arrepentida. 
«¡Ay de mí miserable 
infeliz avecilla,
que antes cantaba libre, 
y ya lloro cautiva! 
Perdí mi nido amado, 
perdí en él mis delicias, 
al fin perdilo todo, 
pues que perdí la vida. 
¿Por qué desgracia tanta? 
¿Por qué tanta desdicha? 
¡Por un grano de trigo! 
¡oh cara golosina!»
El apetito ciego
¡a cuántos precipita, 
que por lograr un nada, 
un todo sacrifican!

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La cigarra y la hormiga

Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.

Viose desproveída
del precioso sustento:
sin mosca, sin gusano,
sin trigo, sin centeno.
Habitaba la Hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones
de atención y respeto
la dijo: «Doña Hormiga,
pues que en vuestro granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste cigarra,
que alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme;
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo.»

La codiciosa hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?»
«Yo, dijo la Cigarra,
a todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento.»
«¡Hola! ¿conque cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,
baila, pese a tu cuerpo.»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La cierva y la viña

Huyendo de enemigos cazadores
Una Cierva ligera;
Siente ya fatigada en la carrera
Más cercanos los perros y ojeadores.
No viendo la infeliz algún seguro
Y vecino paraje
De gruta o de ramaje,
Crece su timidez, crece su apuro.
Al fin, sacando fuerzas de flaqueza,
Continúa la fuga presurosa;
Halla al paso una Viña muy frondosa,
Y en lo espeso se oculta con presteza.
Cambia el susto y pesar en alegría,
Viéndose a paz y a salvo en tan buen hora.
Olvida el bien, y de su defensora
Los frescos verdes pámpanos comía.
Mas ¡ay! que de esta suerte,
Quitando ella las hojas de delante,
Abrió puerta a la flecha penetrante,
Y el listo Cazador la dio la muerte.
Castigó con la pena merecida
El justo cielo a la cierva ingrata.
Mas ¿qué puede esperar el que maltrata
Al mismo que le está dando la vida?

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La cierva y el leon

Más ligera que el viento,
Precipitada huía
Una inocente Cierva,
De un cazador seguida.
En una oscura gruta,
Entre espesas encinas,
Atropelladamente
Entró la fugitiva.
Mas ¡ay! que un León sañudo,
Que allí mismo tenía
Su albergue, y era susto
De la selva vecina,
Cogiendo entre sus garras
A la res fugitiva,
Dio con cruel fiereza
Fin sangriento a su vida.
Si al evitar los riesgos
La razón no nos guía,
Por huir de un tropiezo,
Damos mortal caída.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La cierva y el cervato

A una Cierva decía
Su tierno Cervatillo: «Madre mía, 
¡Es posible que un perro solamente 
Al bosque te haga huir cobardemente, 
Siendo él mucho menor, menos pujante! 
¿Por qué no has de ser tú más arrogante?» 
«Todo es cierto, hijo mío;
Y cuando así lo pienso, desafío
A mis solas a veinte perros juntos. 
Figúrome luchando, y que difuntos 
Dejo a los unos; que otros, falleciendo,
Pisándose las tripas, van huyendo
En vano de la muerte,
Y a todos venzo de gallarda suerte; 
Mas si embebida en este pensamiento, 
A un perro ladrar siento,
Escapo más ligera que un venablo, 
Y mi victoria se la lleva el diablo.» 
A quien no sea de ánimo esforzado 
No armarlo de soldado,
Pues por más que, al mirarse la armadura, 
Piense, en tiempo de paz, que su bravura 
Herirá, matará cuanto acometa,
En oyendo en campaña la trompeta, 
Hará lo que la Corza de la historia, 
Mas que el diablo se lleve la victoria.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La alforja

En una Alforja al hombro
Llevo los vicios:
Los ajenos delante,
Detrás los míos.
Esto hacen todos;
Así ven los ajenos,
Mas no los propios.

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La aguila, la gata y la jabalina

Una Águila anidó sobre una encina.
Al pie criaba cierta Jabalina,
Y era un hueco del tronco corpulento 
De una Gata y sus crías aposento. 
Esta gran marrullera
Sube al nido del Águila altanera, 
Y con fingidas lágrimas la dice: 
«¡Ay mísera de mí! ¡ay infelice! 
Este si que es trabajo:
La vecina que habita el cuarto bajo, 
Como tú misma ves, el día pasa 
Hozando los cimientos de la casa. 
La amainará, y en viendo la traidora 
Por tierra a nuestros hijos, los devora.» 
Después que dejó al Águila asustada, 
A la cueva se baja de callada,
Y dice a la cerdosa: «Buena amiga, 
Has de saber que la Águila enemiga, 
Cuando saques tus crías hacia el monte, 
Las ha de devorar; así disponte.»
La Gata, aparentando que temía, 
Se retiró a su cuarto, y no salía 
Sino de noche, que con maña astuta 
Abastecía su pequeña gruta.
La Jabalina, con tan triste nueva, 
No salió de su cueva.
La Águila, en el ramaje temerosa 
Haciendo centinela, no reposa.
En fin, a ambas familias la hambre mata, 
Y de ellas hizo víveres la Gata.
Jóvenes, ojo alerta, gran cuidado;
Que un chismoso en amigo disfrazado 
Con copa de amistad cubre sus trazas, 
Y así causan el mal sus añagazas.

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Jupiter y la tortuga

A las bodas de Júpiter estaban
Todos los animales convidados:
Unos y otros llegaban
A la fiesta nupcial apresurados.
No faltaba a tan grande concurrencia
Ni aun la reptil y más lejana oruga,
Cuando llega muy tarde y con paciencia,
A paso perezoso, la Tortuga.
Su tardanza reprende el dios airado,
Y ella le respondió sencillamente:
«Si es mi casita mi retiro amado,
¿Cómo podré dejarla prontamente?»
Por tal disculpa Júpiter tonante,
Olvidando el indulto de las fiestas,
La ley del caracol le echó al instante,
Que es andar con la casa siempre a cuestas.
Gentes machuchas hay que hacen alarde
De que aman su retiro con exceso;
Pero a su obligación acuden tarde:
Viven como el ratón dentro del queso.

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Esopo y un ateniense

Cercado de muchachos
Y jugando a las nueces,
Estaba el viejo Esopo
Más que todos alegre.
«¡Ah pobre! ya chochea»,
Le dijo un Ateniense.
En respuesta, el anciano
Coge un arco que tiene
La cuerda floja, y dice:
«Ea, si es que lo entiendes,
Dime, ¿qué significa
El arco de esta suerte?»
Lo examina el de Atenas,
Piensa, cavila, vuelve,
Y se fatiga en vano
Pues que no lo comprende.
El frigio victorioso
Le dijo: «Amigo, advierte
Que romperás el arco
Si está tirante siempre;
Si flojo, ha de servirte
Cuando tú lo quisieres.»

Si al ánimo estudioso
Algún recreo dieren,
Volverá a sus tareas
Mucho más útilmente.

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El zapatero medico

Un inhábil y hambriento Zapatero
En la corte por médico corría:
Con un contraveneno que fingía
Ganó fama y dinero.
Estaba el Rey postrado en una cama,
De una grave dolencia;
Para hacer experiencia
Del talento del médico, le llama.
El antídoto pide, y en un vaso
Finge el Rey que le mezcla con veneno:
Se lo manda beber; el tal Galeno
Teme morir, confiesa todo el caso,
Y dice que sin ciencia
Logró hacerse doctor de grande precio
Por la credulidad del vulgo necio.
Convoca el Rey al pueblo. «¡Qué demencia
Es la vuestra, exclamó, que habéis fiado
La salud francamente
De un hombre a quien la gente
Ni aun quería fiarle su calzado!»

Esto para los crédulos se cuenta,
En quienes tiene el charlatán su renta.

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