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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Un cojo y un picaron

A un buen Cojo un descortés
Insultó atrevidamente;
Oyólo pacientemente,
Continuando su carrera,
Cuando al son de la cojera
Dijo el otro: «Una, dos, tres,
Cojo es.»
Oyólo el Cojo: aquí fue
Donde el buen hombre perdió
Los estribos, pues le dio
Tanta cólera y tal ira,
Que la muleta le tira,
Quedándose, ya se ve,
Sobre un pie.
«Sólo el no poder correr,
Para darte el escarmiento
Dijo el Cojo, es lo que siento,
Que este mal no me atormenta;
Porque al hombre sólo afrenta
Lo que supo merecer,
Padecer.»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La aguila, la corneja y la tortuga

A una Tortuga una Águila arrebata;
La ladrona se apura y desbarata 
Por hacerla pedazos,
Ya que no con la garra, a picotazos. 
Viéndola una Corneja en tal,faena, 
La dice: «En vano tomas tanta pena: 
¿No ves que es la Tortuga, cuya casa 
Diente, cuerno ni pico la traspasa, 
Y si siente que llaman a su puerta,
Se finge la dormida, sorda o muerta?»
«Pues ¿qué he de hacer?» 
«Remontarás tu vuelo,
Y en mirándote allá cerca del cielo 
La dejarás caer sobre un peñasco,
Y se hará una tortilla el duro casco.» 
La Águila, porque diestra lo ejecuta, 
Y la Comeja astuta,
Por autora de aquella maravilla, 
juntamente comieron la tortilla.

¿Qué podrá resistirse a un poderoso 
Guiado de un consejo malicioso?
De estos tales se aparta el que es prudente; 
Y así por escaparse de esta gente
Las descendientes de la tal Tortuga 
A cuevas ignoradas hacen fuga.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los ratones y el gato

Marramaquiz, gran gato,
De nariz roma, pero largo olfato,
Se metió en una casa de Ratones.
En uno de sus lóbregos rincones
Puso su alojamiento;
Por delante de sí, de ciento en ciento
Les dejaba por gusto libre el paso,
Como hace el bebedor, que mira al vaso;
Y ensanchando así más sus tragaderas,
Al fin los escogía como peras.
Éste fue su ejercicio cotidiano;
Pero tarde o temprano,
Al fin ya los Ratones conocían
Que por instantes se disminuían.
Don Roepan, cacique el más prudente
De la Ratona gente,
Con los suyos formó pleno consejo,
Y dijo así con natural despejo:
«Supuesto, hermanos, que el sangriento bruto,
Que metidos nos tiene en llanto y luto,
Habita el cuarto bajo,
Sin que pueda subir ni aun con trabajo
Hasta nuestra vivienda,, es evidente
Que se atajará el daño solamente
Con no bajar allá de modo alguno.»
El medio pareció muy oportuno;
Y fue tan observado,
Que ya Marramaquiz, el muy taimado,
Metido por el hambre en calzas prietas,
Discurrió entre mil tretas
La de colgarse por los pies de un palo,
Haciendo el muerto: no era ardid malo;
Pero don Roepan, luego que advierte
Que su enemigo estaba de tal suerte,
Asomando el hocico a su agujero,
«Hola, dice, ¿qué es eso, caballero?
¿Estás muerto de burlas o de veras?
Si es lo que yo recelo en vano esperas;
Pues no nos contaremos ya seguros
Aun sabiendo de cierto
Que eras, a más de Gato muerto,
Gato relleno ya de pesos duros».
Si alguno llega con astuta maña,
Y una vez nos engaña,
Es cosa muy sabida
Que puede algunas veces
El huir de sus trazas y dobleces
Valernos nada menos que la vida.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los navegantes

Lloraban unos tristes Pasajeros
Vendo su pobre nave combatida
De recias olas y de vientos fieros,
Ya casi sumergida;
Cuando súbitamente
El viento calma, el cielo se serena,
Y la afligida gente
Convierte en risa la pasada pena;
Mas el piloto estuvo muy sereno
Tanto en la tempestad como en bonanza,
Pues sabe que lo malo y que lo bueno
Está sujeto a súbita mudanza.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los gatos escrupulosos

A las once y aun más de la mañana
La cocinera Juana,
Con pretexto de hablar a la vecina,
Se sale, cierra, y deja en la cocina
A Micifuf y Zapirón hambrientos.
Al punto, pues no gastan cumplimientos
Gatos enhambrecidos,
Se avanzan a probar de los cocidos.
«¡Fu, dijo Zapirón, maldita olla!
¡Cómo abrasa! Veamos esa polla
Que está en el asador lejos del fuego.»
Ya también escaldado, desde luego
Se arrima Micifuf, y en un instante
Muestra cada trinchante
Que en el arte cisoria, sin gran pena,
Pudiera dar lecciones a Villena.
Concluido el asunto,
El señor Micifuf tocó este punto.
Utrum si se podía o no en conciencia
Comer el asador. «¡Oh qué demencia!
Exclamó Zapirón en altos gritos,
¡Cometer el mayor de los delitos!
¿No sabes que el herrero
Ha llevado por él mucho dinero,
Y que, si bien la cosa se examina,
Entre la batería de cocina
No hay un mueble más serio y respetable?
Tu pasión te ha engañado, miserable.»
Micifuf en efecto
Abandonó el proyecto;
Pues eran los dos Gatos
De suerte timoratos,
Que si el diablo, tentando sus pasiones,
Les pusiese asadores a millones
(No hablo yo de las pollas), o me engaño,
O no comieran uno en todo el año.

DE OTRO MODO
¡Qué dolor! por un descuido
Micifuf y Zapirón
Se comieron un capón,
En un asador metido.
Después de haberse lamido,
Trataron en conferencia
Si obrarían con prudencia
En comerse el asador.
¿Le comieron? No señor.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los dos titiriteros

Todo el pueblo, admirado,
Estaba en una plaza amontonado,
Y en medio se empinaba un Titiritero,
Enseñando una bolsa sin dinero.
«Pase de mano en mano, les decía;
Señores, no hay engaño, está vacía.»
Se la vuelven; la sopla, y al momento
Derrama pesos duros, ¡qué portento!
Levántase un murmullo de repente,
Cuando ven por encima de la gente
Otro Titiritero a competencia.
Queda en expectación la concurrencia
Con silencio profundo.
Cesó el primero, y empezó el segundo.
Presenta de licor unas botellas;
Algunos se arrojaron hacia ellas,
Y al punto las hallaron transformadas
En sangrientas espadas.
Muestra un par de bolsillos de doblones;
Dos personas, sin duda dos ladrones,
Les echaron la garra muy ufanos,
Y se ven dos cordeles en sus manos.
A un relator cargado de procesos
Una letra le enseña de mil pesos.
«Sople usted»; sopla el hombre apresurado,
Y le cierra los labios un candado.
A un abate arrimado a su cortejo
Le presenta un espejo,
Y al mirar su retrato peregrino,
Se vio con las orejas de pollino.
A un santero le manda
Que se acerque; le pilla la demanda,
Y allá con sus hechizos
La convirtió en merienda de chorizos.
A un joven desenvuelto y rozagante:
Le regala un diamante:
Éste le dio a su dama, y en el punto
Pálido se quedó como un difunto,
Item más, sin narices y sin dientes.
Allí fue la rechifla de las gentes,
La burla y la chacota.
El primer Titiritero se alborota;
Dice por el segundo con denuedo:
«Ese hombre tiene un diablo en cada dedo,
Pues no encierran virtud tan peregrina
Los polvos de la madre Celestina.
Que declare su nombre.»
El concurso lo pide, y el buen hombre
Entonces, más modesto que un novicio

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los dos perros

Procure ser en todo lo posible,
El que ha de reprender, irreprensible.

Sultán, perro goloso y atrevido,
En su casa robó, por un descuido,
Una pierna excelente de camero.
Pinto, gran tragador, su compañero,
Le encuentra con la presa encaminado
Ojo al través, colmillo acicalado,
Fruncidas las narices y gruñendo.
«¿Qué cosa estás haciendo,
Desgraciado Sultán?» Pinto le dice;
«¿No sabes, infelice,
Que un Perro infiel, ingrato,
No merece ser Perro, sino gato?
¡Al amo, que nos fía
La custodia de casa noche y día,
Nos halaga, nos cuida y alimenta,
Le das tan buena cuenta,
Que le robas, goloso,
La pierna del camero más jugoso!
Como amigo te ruego
No la maltrates más: déjala luego.»
«Hablas, dijo Sultán, perfectamente.
Una duda me queda solamente
Para seguir al punto tu consejo:
Di, ¿te la comerás, si yo la dejo?»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los dos machos

Dos Machos caminaban: el primero,
Cargado de dinero,
Mostrando su penacho envanecido,
Iba marchando erguido
Al son de los redondos cascabeles.
El segundo, desnudo de oropeles,
Con un pobre aparejo solamente,
Alargando el pescuezo eternamente,
Seguía de reata su jornada,
Cargado de costales de cebada.
Salen unos ladrones, y al instante
Asieron de la rienda al arrogante;
Él se defiende, ellos le maltratan,
Y después que el dinero le arrebatan,
Huyen, y dice entonces el segundo:
«Si a estos riesgos exponen en el mundo
Las riquezas, no quiero, a fe de Macho,
Dinero, cascabeles ni penacho.»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los dos gallos

Habiendo a su rival vencido un Gallo,
Quedó entre sus gallinas victorioso,
Más grave, más pomposo
Que el mismo gran Sultán en su serrallo.
Desde un alto pregona vocinglero
Su gran hazaña: el Gavilán lo advierte;
Le pilla, le arrebata, y por su muerte,
Quedó el rival señor del gallinero.

Consuele al abatido tal mudanza,
Sirva también de ejemplo a los mortales
Que se juzgan exentos de los males
Cuando se ven en próspera bonanza.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los dos cazadores

Que en una marcial función,
O cuando el caso lo pida,
Arriesgue un hombre su vida,
Digo que es mucha razón.
Pero el que por diversión
Exponer su vida quiera
A juguete de una fiera
O peligros no menores,
Sepa de dos Cazadores
Una historia verdadera.

Pedro Ponce el valeroso
Y Juan Carranza el prudente
Vieron venir frente a frente
Al lobo más horroroso.
El prudente, temeroso,
A una encina se abalanza,
Y cual otro Sancho Panza,
En las ramas se salvó.
Pedro Ponce allí murió.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los dos amigos y el oso

A dos Amigos se aparece un Oso:
El uno, muy medroso,
En las ramas de un árbol se asegura; 
El otro, abandonado a la ventura, 
Se finge muerto repentinamente. 
El Oso se le acerca lentamente;
Mas como este animal, según se cuenta, 
De cadáveres nunca se alimenta,
Sin ofenderlo lo registra y toca, 
Huélele las narices y la boca; 
No le siente el aliento,
Ni el menor movimiento;
Y así, se fue diciendo sin recelo:
«Este tan muerto está como mi abuelo.» 
Entonces el cobarde,
De su grande amistad haciendo alarde, 
Del árbol se desprende muy ligero, 
Corre, llega y abraza al compañero, 
Pondera la fortuna
De haberle hallado sin lesión alguna, 
Y al fin le dice: «Sepas que he notado 
Que el Oso te decía algún recado. 
¿Qué pudo ser?» «Diréte lo que ha sido; 
Estas dos palabritas al oído:
Aparta tu amistad de la persona
Que si te ve en el riesgo, te abandona.»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los cangrejos

Los más autorizados, los más viejos
De todos los Cangrejos
Una gran asamblea celebraron.
Entre los graves puntos que trataron,
A propuesta de un docto presidente,
Como resolución la más urgente
Tomaron la que sigue: «Pues que al mundo
Estamos dando ejemplo sin segundo,
El más vil y grosero
En andar hacia atrás como el soguero;
Siendo cierto también que los ancianos,
Duros de pies y manos,
Causándonos los años pesadumbre,
No podemos vencer nuestra costumbre;
Toda madre desde este mismo instante
Ha de enseñar andar hacia delante
A sus hijos; y dure la enseñanza
Hasta quitar del mundo tal usanza.»
«Garras a la obra», dicen las maestras,
Que se creían diestras;
Y sin dejar ninguno,
Ordenan a sus hijos uno a uno
Que muevan sus patitas blandamente
Hacia adelante sucesivamente.
Pasito a paso, al modo que podían,
Ellos obedecían;
Pero al ver a sus madres que marchaban
Al revés de lo que ellas enseñaban,
Olvidando los nuevos documentos,
Imitaban sus pasos, más contentos.
Repetían sus madres sus lecciones,
Mas no bastaban teóricas razones;
Porque obraba en los jóvenes Cangrejos
Sólo un ejemplo más que mil consejos.
Cada maestra se aflige y desconsuela,
No pudiendo hacer práctica su escuela;
De modo que en efecto
Abandonaron todas el proyecto.
Los magistrados saben el suceso,
Y en su pleno congreso
La nueva ley al punto derogaron,
Porque se aseguraron
De que en vano intentaban la reforma,
Cuando ellos no sabían ser la norma.

Y es así, que la fuerza de las leyes
Suele ser el ejemplo de los reyes.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Los animales con peste

En los montes, los valles y collados,
De animales poblados,
Se introdujo la peste de tal modo,
Que en un momento lo inficiona todo.
Allí, donde su corte el León tenía,
Mirando cada día
Las cacerías, luchas y carreras
De mansos brutos y de bestias fieras,
Se veían los campos ya cubiertos
De enfermos miserables y de muertos.
«Mis amados hermanos,
Exclamó el triste Rey, mis cortesanos,
Ya véis que el justo cielo nos obliga
A implorar su piedad, pues nos castiga
Con tan horrenda plaga:
Tal vez se aplacará con que se le haga
Sacrificio de aquel más delincuente,
Y muera el pecador, no el inocente.
Confiese todo el mundo su pecado.
Yo, cruel, sanguinario, he devorado
Inocentes corderos,
Ya vacas, ya terneros,
Y he sido, a fuerza de delito tanto,
De la selva terror, del bosque espanto.»
«Señor, dijo la Zorra, en todo eso
No se halla más exceso
Que el de vuestra bondad, pues que se digna
De teñir en la sangre ruin, indigna,
De los viles cornudos animales
Los sacros dientes y las uñas reales.»
Trató la corte al Rey de escrupuloso.
Allí del Tigre, de la Onza y Oso
Se oyeron confesiones
De robos y de muertes a millones;
Mas entre la grandeza, sin lisonja,
Pasaron por escrúpulos de monja.
El Asno, sin embargo, muy confuso
Prorrumpió: «Yo me acuso
Que al pasar por un trigo este verano,
Yo hambriento y él lozano,
Sin guarda ni testigo,
Caí en la tentación: comí del trigo.»
«¡Del trigo! ¡y un jumento!
Gritó la Zorra, ¡horrible atrevimiento!»
Los cortesanos claman: «Éste, éste
Irrita al cielo, que nos da la peste.»
Pronuncia el Rey de muerte la sentencia.
Y ejecutóla el Lobo a su presencia.
Te juzgarán virtuoso
Si eres, aunque perverso, poderoso;
Y aunque bueno, por malo detestable
Cuando te miran pobre y miserable.
Esto hallará en la corte quien la vea
Y aún en el mundo todo. ¡Pobre Astrea!

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Las ranas sedientas

Dos ranas que vivían juntamente,
En un verano ardiente
Se quedaron en seco en su laguna.
Saltando aquí y allí, llegó la una
A la orilla de un pozo.
Llena entonces de gozo,
Gritó a su compañera:
«Ven y salta ligera.»
Llegó, y estando entrambas a la orilla,
Notando como grande maravilla,
Entre los agotados juncos y heno,
El fresco pozo casi de agua lleno,
Prorrumpió la primera: «¿A qué esperamos,
Que no nos arrojamos
Al agua, que apacible nos convida?»
La segunda responde: «Inadvertida,
Yo tengo igual deseo,
Pero pienso y preveo
Que, aunque es fácil al pozo nuestra entrada,
La agua, con los calores exhalada,
Según vaya faltando,
Nos irá dulcemente sepultando,
Y al tiempo que salir solicitemos,
En la Estigia laguna nos veremos.»
Por consultar al gusto solamente
Entra en la nasa el pez incautamente,
El pájaro sencillo en la red queda,
Y ten qué lazos el hombre no se enreda?

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Las ranas pidiendo rey

Sin Rey vivía, libre, independiente,
El pueblo de las Ranas felizmente.
La amable libertad sola reinaba
En la inmensa laguna que habitaba;
Mas las Ranas al fin un Rey quisieron,
A Júpiter excelso lo pidieron;
Conoce el dios la súplica importuna,
Y arroja un Rey de palo a la laguna:
Debió de ser sin duda buen pedazo,
Pues dio su majestad tan gran porrazo,
Que el ruido atemoriza al reino todo;
Cada cual se zambulle en agua o lodo,
Y quedan en silencio tan profundo
Cual si no hubiese ranas en el mundo.
Una de ellas asoma la cabeza,
Y viendo a la real pieza,
Publica que el monarca es un zoquete.
Congrégase la turba, y por juguete
Lo desprecian, lo ensucian con el cieno,
Y piden otro Rey, que aquél no es bueno.
El padre de los dioses, irritado,
Envía a un culebrón, que a diente airado
Muerde, traga, castiga,
Y a la mísera grey al punto obliga
A recurrir al dios humildemente.
«Padeced, les responde, eternamente;
Que así castigo a aquel que no examina
Si su solicitud será su ruina.»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Las penitencias calculadas

Fue a consultar a un padre jubilado
un fraile jovencito
y recién aprobado
de confesor. Llegóse muy cortito
diciendo: -Yo quisiera
que su paternidad norma me diera
de aplicar penitencias competentes
a toda calidad de penitentes,
que en llegando a este caso
yo no acierto a salir, padre, del paso.
-No se aflija por eso: tome y lea,
que ahí va en este papel cuanto desea.
Toma, se humilla y sale presuroso
a ver lo que el cuaderno contenía.
¡Qué alegre! ¡Qué gozoso!
al mirar que su título decía
Lista de penitencias calculadas.
A su confesionario marchó ufano
sin dejar el cuaderno de la mano,
y según la tarifa exactamente
va despachando a todo penitente.
Un tuerto llega en esto y dice: -Padre,
yo tengo una comadre
alegre y juguetona de costumbre,
y hallándola ayer sola,
el diablo, que no huelga, aplicó lumbre...
y por tres veces hice carambola.
Busca las carambolas en la lista
y encuentra: carambolas de ordinario:
por cada dos, su parte de rosario.
El fraile se contrista,
pues siendo tres, dos partes no les cabe:
una es poco, y así qué hacer no sabe.
Pónese a discurrir y determina
una fácil idea y peregrina:
-Vaya, le dice, y busque su comadre,
y que el hecho le cuadre o no le cuadre,
la cuarta carambola hágale al punto,
y por esta y las otras de por junto
con mucha devoción y gran sosiego
dos partes de rosario rece luego.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Las moscas

A un panal de rica miel 
Dos mil Moscas acudieron, 
Que por golosas murieron, 
Presas de patas en él.
Otra dentro de un pastel 
Enterró su golosina. 
Así si bien se examina 
Los humanos corazones 
Perecen en las prisiones 
Del vicio que los domina.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Las liebres y las ranas

Asustadas las fiebres de un estruendo,
Echaron a correr todas, diciendo:
«A quien la vida cuesta tanto susto,
La muerte causará menos disgusto»
Llegan a una laguna de esta suerte
A dar en lo profundo con la muerte.
Al ver a tanta Rana que, asustada,
A las aguas se arroja a su llegada,
«Hola, dijo una liebre, ¿conque, hay otras
Tan tímidas, que aún tiemblan de nosotras?
Pues suframos con ellas el destino.»
Conocieron sin más su desatino.

Así la suerte adversa es tolerable
Comparada con otra miserable.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Las hormigas

Lo que hoy las Hormigas son,
Eran los hombres antaño:
De lo propio y de lo extraño
Hacían su provisión.
Júpiter, que tal pasión
Notó de siglos atrás,
No pudiendo aguantar más,
En hormigas los transforma:
Ellos mudaron de forma;
¿Y de costumbres? Jamás.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Las exequias de la leona

En su regia caverna, inconsolable
El rey león yacía,
Porque en el mismo día
Murió ¡cruel dolor! su esposa amable.
A palacio la corte toda llega,
Y en fúnebre aparato se congrega.
En la cóncava gruta resonaba
Del triste rey el doloroso llanto;
Allí los cortesanos entre tanto
También gemían porque el rey lloraba;
Que si el viudo monarca se riera,
La corte lisonjera
Trocara en risa el lamentable paso.
Perdone la difunta: voy al caso.
Entre tanto sollozo
El ciervo no lloraba, yo lo creo;
Porque, lleno de gozo,
Miraba ya cumplido su deseo.
La tal reina le había devorado
Un hijo y la mujer al desdichado.
El ciervo, en fin, no llora;
El concurso lo advierte:
El monarca lo sabe, y en la hora
Ordena con furor darle la muerte.
«¿Cómo podré llorar, el ciervo dijo,
Si apenas puedo hablar de regocijo?
Ya disfruta, gran rey, más venturosa,
Los Elíseos Campos vuestra esposa:
Me lo ha revelado, a la venida,
Muy cerca de la gruta aparecida.
Me mandó lo callase algún momento,
Porque gusta mostréis el sentimiento.»
Dijo así; y el concurso cortesano
Aclamó por milagro la patraña.
El ciervo consiguió que el soberano
Cambiase en amistad su fiera saña.

Los que en la indignación han incurrido
De los grandes señores
A veces su favor han conseguido
Con ser aduladores.
Mas no por esto advierto
Que el medio sea justo; pues es cierto
Que a más príncipes vicia
La adulación servil que la malicia.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Las dos ranas

Tenían dos Ranas
Sus pastos vecinos,
Una en un estanque,
Otra en el camino.
Cierto día a ésta
Aquélla la dijo:
«¡Es creíble, amiga,
De tu mucho juicio,
Que vivas contenta
Entre los peligros,
Donde te amenazan,
Al paso preciso,
Los pies y las ruedas
Riesgos infinitos!
Deja tal vivienda;
Muda de destino;
Sigue mi dictamen
Y vente conmigo.»
En tono de mofa,
Haciendo mil mimos,
Respondió a su amiga:
«¡Excelente aviso!
¡A mí novedades!
Vaya, ¡qué delirio!
Eso sí que fuera
Darme el diablo ruido.
¡Yo dejar la casa
Que fue domicilio
De padres, abuelos
Y todos los míos,
Sin que haya memoria
De haber sucedido
La menor desgracia
Desde luengos siglos!»
«Allá te compongas;
Mas ten entendido
Que tal vez sucede
Lo que no se ha visto.»
Llegó una carreta
A este tiempo mismo,
Y a la triste Rana
Tortilla la hizo.
Por hombres de seso
Muchos hay tenidos,
Que a nuevas razones
Cierran los oídos.
Recibir consejos
Es un desvarío;
La rancia costumbre
Suele ser su libro.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

Las cabras y los chivos

Desde antaño en el mundo
Reina el vano deseo
De parecer iguales
A los grandes señores los plebeyos.
Las Cabras alcanzaron
Que Júpiter excelso
Les diese barba larga
Para su autoridad y su respeto.
Indignados los Chivos
De que su privilegio
Se extendiese a las Cabras,
Lampiñas con razón en aquel tiempo,
Sucedió la discordia
Y los amargos celos
A la paz octaviana
Con que fue gobernado el barbón pueblo.
Júpiter dijo entonces,
Acudiendo al remedio:
«¿Qué importa que las Cabras
Disfruten un adorno propio vuestro
Si es mayor ignominia
De su vano deseo,
Siempre que no igualaren
En fuerzas y valor a vuestro cuerpo?»
El mérito aparente
Es digno de desprecio;
La virtud solamente
Es del hombre el ornato verdadero.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La zorra y las uvas

Es voz común que a más del mediodía,
En ayunas la Zorra iba cazando;
Halla una parra, quédase mirando
De la alta vid el fruto que pendía.
Cansábala mil ansias y congojas
No alcanzar a las uvas con la garra,
Al mostrar a sus dientes la alta parra
Negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaduras,
Pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la Zorra dijo:
«No las quiero comer. No están maduras.»
No por eso te muestres impaciente,
Si te se frustra, Fabio, algún intento:
Aplica bien el cuento,
Y di: No están maduras, frescamente.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La zorra y las uvas

Es voz común que a más del mediodía,
En ayunas la Zorra iba cazando;
Halla una parra, quédase mirando
De la alta vid el fruto que pendía.
Cansábala mil ansias y congojas
No alcanzar a las uvas con la garra,
Al mostrar a sus dientes la alta parra
Negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaduras,
Pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la Zorra dijo:
«No las quiero comer. No están maduras.»
No por eso te muestres impaciente,
Si te se frustra, Fabio, algún intento:
Aplica bien el cuento,
Y di: No están maduras, frescamente.

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La zorra y la gallina

Una Zorra, cazando,
De corral en corral iba saltando;
A favor de la noche, en una aldea
Oye al gallo cantar: maldito sea.
Agachada y sin ruido,
A merced del olfato y del oído,
Marcha, llega, y oliendo a un agujero,
«Este es», dice, y se cuela al gallinero.
Las aves se alborotan, menos una,
Que estaba en cesta como niño en cuna,
Enferma gravemente.
Mirándola la Zorra astutamente,
La pregunta: «¿Qué es eso, pobrecita?
¿Cuál es tu enfermedad? ¿Tienes pepita?
Habla; ¿cómo la pasas, desdichada?»
La enferma la responde apresurada:
«Muy mal me va, señora, en este instante;
Muy bien si usted se quita de delante.»
Cuántas veces se vende un enemigo,
Como gato por liebre, por amigo;
Al oír su fingido cumplimiento,
Respondiérale yo para escarmiento:
«Muy mal me va, señor, en este instante;
Muy bien si usted se quita de delante.»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria) - 000

La zorra y la cigüeña

Una Zorra se empeña
En dar una comida a una Cigüeña; 
La convidó con tales expresiones, 
Que anunciaban sin duda provisiones 
De lo más excelente y exquisito. 
Acepta alegre, va con apetito;
Pero encontró en la mesa solamente 
jigote claro sobre chata fuente.
En vano a la comida picoteaba, 
Pues era para el guiso que miraba 
Inútil tenedor su largo pico.
La Zorra con la lengua y el hocico 
Limpió tan bien su fuente, que pudiera 
Servir de fregatriz si a Holanda fuera. 
Mas de allí a poco tiempo, convidada 
De la Cigüeña, halla preparada
Una redoma de jigote llena;
Allí fue su aflicción, allí su pena; 
El hocico goloso al punto asoma 
Al cuello de la hidrópica redoma,
Mas en vano, pues era tan estrecho, 
Cual si por la Cigueña fuese hecho. 
Envidiosa de ver que a conveniencia 
Chupaba la del pico a su presencia, 
Vuelve, tienta, discurre,
Huele, se desatina, en fin se aburre; 
Marchó rabo entre piernas, tan corrida, 
Que ni aun tuvo siquiera la salida
De decir: Están verdes, como antaño. 

También hay para pícaros engaño.

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La zorra y el chivo

Una Zorra cazaba;
Y al seguir a un gazapo,
Entre aquí se escabulle, allí le atrapo,
En un pozo cayó que al paso estaba.
Cuando más la afligía su tristeza,
Por no hallar la infeliz salida alguna,
Vio asomarse al brocal, por su fortuna,
Del Chivo padre la gentil cabeza.
«¿Qué tal? dijo el barbón, ¿la agua es salada?»
«Es tan dulce, tan fresca y deliciosa,
Respondió la Raposa,
Que en tal pozo estoy como encantada.»
Al agua el Chivo se arrojó, sediento;
Monta sobre él la Zorra de manera
Que haciendo de sus cuernos escalera,
Pilla el brocal y sale en el momento.
Quedó el pobre atollado: cosa dura.
Mas ¿quién podrá a la Zorra dar castigo,
Cuando el hombre, aun a costa de su amigo,
Del peligro mayor salir procura?

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