Del
mar en la ribera
quejábase
un pastor de esta manera:
-«¡Oh,
qué sordas que tiene á mis congojas
el
cielo las orejas,
pues
no me saca de zagal de ovejas,
patituertas
las más, y algunas cojas!
¡Quién
me diera, halagando mi albedrío,
dirigir
por ejemplo aquel navío,
y
á la playa arribar del indio ó
moro,
para
volver con él cargado de oro!
¡Por
amigos tuviera y por amigas
entonces
á señoras y señores,
pese
á cuantas ovejas y pastores
rumiaron
yerbas ó
mascaron migas!
Mas
¡ay! la suerte fiera
me
arrastra, sea invierno, sea verano,
desde
el monte al redil, y de éste al llano;
y
aunque oirlas no quiera,
me
hace escuchar las simples avecillas,
que
por más maravillas
que
dicen que hacen los que de ellas cuentan,
cada
vez que las oigo, me revientan.»
Así
el pastor decía,
cuando
el bajel ya apenas se veía;
y
su intenso dolor llegaba á tanto,
que
sus mejillas inundó de llanto.
Era
al morir el sol, según asienta
quien
dijo que del ábrego la saña
removió
aquella noche una tormenta
que
ni la oyó el pastor en su cabaña.
Al
otro día su manada entera
condujo,
como siempre, á la ribera,
y
del mar acercándose á la orilla,
vió
aquí y allí fragmentos de una quilla.
Buscando
del naufragio indicios ciertos,
halló
al fin gavias, y después mesanas,
trinquetes
desvelados, hombres muertos:
¡leves
cimientos de esperanzas vanas!
Entonces
se acordó de su navío,
y
viendo fin tan triste,
-«¿qué
bien hiciste, oh Dios, qué bien hiciste
en
coartarme
–dijo -el albedrío!»-
Y
sin ver que á los muertos hacía agravios,
una
sonrisa se asomó á sus labios;
y
escuchando las simples avecillas,
que
hacían, según dijo, maravillas,
tradujo
de sus plácidos gorjeos:
Modera
tus deseos.
Aunque
pierdas, llorando, tus encantos,
no
halagues esperanzas indecisas;
cada
muerta esperanza brota llantos;
cada
llanto vertido engendra risas.
Seccion
filosofica: Fabula
V. Deseos locos
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